martes, 22 de noviembre de 2011

Mokele mbembe!!

No es Alien, tremebundo y glamouroso. No es el monstruo del lago Ness, esquivo y prehistórico. No es el siniestro Hombre del saco ni el siempre terrorífico Coco. Tampoco se trata de uno de esos misteriosos terrores nórdicos de intangibles formas semi-espirituales: la helada niebla, el viento veloz, la tormenta que arrebata a jóvenes díscolas y montaraces que se atreven a desafiar a la noche. No es el ubérrimo Hombre Lobo ni el sofisticado Vampiro. Por lo que se conoce, tampoco es un Ogro, Troll, Orco ni mutante que pertenezca a esta fauna. Algunos están apostando por el Yeti o por el Bigfoot, debo decirles que han perdido. Pero tiene algo de todos ellos y al mismo tiempo no se parece a ninguno.
Mokele Mbembe es el numen terrorífico que puebla las pesadillas nocturnas de los niños africanos, desde el sur del Sahara hasta prácticamente Zambia y Angola. Es decir, el Mokele mbembe es un mito común a la zona de selvas, al ancho cinturón de bosque tropical africano regado por el río Congo y sus afluentes, pantanos y sistema fluvial que forma un intrincado delta interior. Allí comete sus tropelías moviéndose a sus anchas lo mismo en la oscura selva que en el profundo río. En eso, su naturaleza de numen de los bosques y los ríos, se hace común a los mitos del bosque centroeuropeo sobre grandes seres tanto acuáticos como semi-acuáticos y terrestres, habitantes de ríos, lagos, pantanos, la profundidad del bosque o todo a la vez, a menudo peligrosos para los humanos por su naturaleza no sólo salvaje, sino sumamente agresiva y de instintos caníbales: trolls y ogros por ejemplo, son frecuentes como entes representantes del mal profundo en los cuentos fantásticos europeos.
El Mokele mbembe en efecto, tiene en los humanos una parte apetecible en su dieta mayormente carnívora y los testimonios de niños robados por él o encontronazos de cazadores con trágicos resultados, son frecuentes en todas las aldeas que viven en la selva o sus cercanías, especialmente entre los pigmeos de la selva del río Congo y las aldeas que bordean sus pantanos y ramificaciones. Pero el Mokele mbembe no es el Big Foot, y por lo que dicen quienes lo han visto está lejos de parecérsele. De hecho no es un bípedo antropomorfo como este y el Yeti, el Mokele mbembe no se sujeta ni camina sobre dos piernas. No es humano. Ni tan siquiera un gran primate.
Hay descripciones bastante detalladas del animal que descartan cualquier categoría antropomórfica: se trata al parecer, de un cuadrúpedo mayor que un elefante que vive en el agua realizando incursiones a la selva, con una gruesa y larga cola, cuello igualmente bastante largo y robusto, con un cuerno; huellas parecidas a las del hipopótamo. Este último por cierto, constituye junto con el humano una de sus presas más frecuentes. La descripción entronca al Mokele mbembe en la categoría de animal no humano, probable reminiscencia de los grandes animales del pasado tal como parece ser nuestro entrañable monstruo escocés.
Algunos científicos situaron el hábitat del animal en el río Congo y sus pantanos donde se han descubierto algunos indicios de su presencia. De hecho, a principios del siglo XX fue cazado un ejemplar por pigmeos pero al ser despedazada y posteriormente consumida la pieza no existe documentación gráfica alguna. Las descripciones de los cazadores coinciden con lo dicho anteriormente. Michael Fay en su Megatransect por toda la selva congoleña no encontró sin embargo,  vestigio alguno del animal. Entre los científicos hay un debate sobre la existencia del Mokele mbembe.
Si estáis en el bar y no tenéis otra cosa mejor que hacer, podéis interesaros por la cultura de algunos de los africanos que viven entre nosotros. Preguntadles de dónde son y si han oído hablar del Mokele mbembe. Senegaleses, guineanos, congoleños, cameruneses, zaireños, gaboneses o nigerianos estarán encantados de entablar conversación al respecto. Puede que os cuenten alguna cosa interesante y además así os daréis cuenta de cómo cada cultura engendra sus mitos y leyendas, aumentando de esta manera vuestro interés por la Antropología, ciencia cuyo cultivo os convertirá sin duda en mucho mejores personas con cada nueva página leída, con cada nueva idea meditada, criticada y al final asimilada convenientemente. Y haciéndoos preguntas seréis verdaderos intelectuales ya que el filósofo no es quien da las respuestas más que quien formula las preguntas.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La hippy de Hampton Court

A las afueras de Londres se encuentra la elegante residencia real de Hampton Court que tuve la inolvidable ocasión de visitar siendo un muchacho de quince años, durante mi estancia en un curso de inglés intensivo de un mes largo de duración. Una de las actividades sociales eran las excursiones al patrimonio histórico y artístico británico y aquel día estaba programado visitar este imponente palacio de ladrillo rojo inconfundiblemente inglés.
El día era, como suele ser tan común allí, fresco y lluvioso a pesar de que estábamos a mediados de Julio. Un autocar nos trasladó desde Bracknell. Pronto estuvimos correteando por las avenidas y parques del complejo palaciego que cuenta con grandes jardines. En uno de estos jardines me topé con un gran laberinto de esos construidos con setos que me recordó automáticamente a la película de Michael Caine y Laurence Olivier "La huella", así que lo recorrí concienzudamente hasta llegar a su centro y luego vuelta hacia la salida para lo que me llevó su tiempo. El laberinto no es muy grande pero es suficientemente complicado como para entretener un buen rato a cualquiera.
Foto: B.R. el Blog de Bernar
Luego recorrimos las lujosas estancias del palacio, donde vivió Enrique VIII y llevó a cabo una buena parte de sus fechorías conyugales. En una de estas estancias una alta mujer al fondo de la estancia me llamó la atención. Debía formar parte del grupo aunque yo no había reparado en ella, éramos un grupo numeroso y variopinto. Me miraba fijamente con unos ojos enormes, húmedos y oscuros, extraviados y distantes; así que atraido por esta mirada que parecía llamarme, como así resultó ser, me acerqué a la misteriosa desconocida. Llevaba una colorida y ampulosa bata de un tejido como de tafetán estampado y un pelo rubio muy cardado y permanentado. Pensé que era una hippy o una inglesa de esas excéntricas adineradas medio colgadas. Estaba mortalmente pálida y cuando llegué a su lado me sonrió amablemente. Sostuve su glacial mirada que parecía enfriar el aire a su alrededor.
-I was looking you...You are so special... Don't ever change...lovely...don't...- su voz sonaba tan distante como su mirada. Parecía más un eco lejano que su propia voz.
Me pareció que balbucía palabras, que trataba de decirme algo, pero no conseguía entenderla, mi inglés entonces no era tan bueno. Tímidamente me disculpé y reparé en un pequeño revuelo que se estaba formando en la sala acerca de una repentina bajada de la temperatura. Ciertamente hacía un frío de ultratumba en esa sala y las mujeres se apresuraban a ponerse sus chaquetas de punto mientras comentaban divertidas que estas súbitas bajadas de temperatura suelen indicar la presencia de fantasmas. Cuando me volví a reanudar la conversación ya no estaba. Entre tanto revuelo, mi misteriosa dama se esfumó completamente y no la volví a ver en toda la excursión.
Unos años después vi en televisión una curiosa noticia: las cámaras de seguridad del palacio habían captado lo que al parecer era la imagen de un fantasma: el de la desventurada Catalina Howard, según dijeron los investigadores.
Emitieron el vídeo en cuestión y atónito vi a la mujer alta con el revuelto pelo rubio cardado, la ampulosa bata hinchada por el aire, el rostro pálido de grandes ojos y fina boca, almendrado e inconfundible: era la hippy con la que hablé en Hampton Court.