martes, 5 de noviembre de 2013

Charrán, el hijo del viento

Dado que la Naturaleza nos negó la capacidad de volar con nuestras propias alas, siempre nos hemos admirado ante las aves, que con sorprendente facilidad dominan este medio, cuya conquista nos ha costado tantos siglos de evolución a los humanos.
Y entre las aves, pocas nos maravillan tanto por la elegancia de su vuelo y por lo épico de su peripecia vital, como ese prodigio aeronáutico de la Naturaleza que es el charrán. A la observación de pájaros como este, debemos muchas de las soluciones técnicas aplicadas en la construcción de aviones y planeadores. Su dominio del vuelo, y sus rápidas maniobras acrobáticas realizadas con insultante facilidad, le permiten sortear sin mayores problemas a la abundante competencia de gaviotas, araos, cormoranes, frailecillos, albatros y otras muchas especies que pueblan los litorales europeos.
El charrán es amante del Norte, aunque se le puede ver, no mucho, por nuestra costa vasca, en ciertas épocas del año, presumiendo de señorío y dominando el litoral con su pasmosa agilidad.

El perfil del charrán ártico revela sus cualidades aerodinámicas.
A pesar de su modesto colorido, es un pájaro muy bonito. El charrán es poesía en vuelo, elegante y preciso sobre la superficie marina. Su esbelta silueta con las puntiaguda alas extendidas, más largas en el charrán ártico que en el charrán común, recuerda a un avión de caza. Su cola pronunciadamente ahorquillada, le permite acrobacias sin límite en el aire. Su diseño fuertemente contrastado, con el vientre y garganta blancos, dorso grisáceo hasta el obispillo y cara y píleo negros, así como el borde de las alas, realza esta impresión aerodinámica. Todo en él es una exhibición de la depurada perfección con que la Naturaleza dota a sus criaturas. Aún estamos muy lejos de conseguir una aeronave que se aproxime a sus cualidades.
Básicamente, hay tres especies de charranes, también conocidos como golondrinas de mar: el charrán común Sterna hirundo, que puede verse ocasionalmente en nuestras costas, el charrán rosado Sterna dougallii y el charrán ártico Sterna paradisaea. Sin duda, el que más gusta a los ornitólogos es el charrán ártico y de él vamos a hablar.

Esta especie tenía desconcertados a los científicos de todo el mundo, ya que sus costumbres eran casi desconocidas y por ende, muy difíciles de estudiar al pasar la mayor parte de su vida en el aire. Se conocía que emigraban hasta el Antártico gracias a los ejemplares anillados. Alguno de estos ejemplares anillados en Labrador fue encontrado cuatro meses después en Melbourne. Pero poco más. Hasta que en 2010 Carsten Egevang con un equipo científico, consiguió colocar sensores a varias parejas de estas aves formidables y esquivas. Con apenas 1.5g de peso, estos localizadores no interferían en absoluto con el movimiento del ave ni le molestaban para el vuelo, pesca o reproducción. Carsten halló interesantes datos tras meses de estudios apasionantes.
Migración anual del charrán ártico.

En vida, el charrán ártico realiza anualmente una migración de unos 71000 km, desde Groenlandia hasta el mar de Seawell en la Antártida. Se para a descansar unos días en las Azores y al continuar el viaje al Sur, la bandada se divide en dos grandes grupos: unos se dirigen al Sur por África y otros por América. Se reunen todos en el dicho mar de Seawell, donde permanecen otros cuatro meses, el verano austral. Cuando este toca a su fin, emprenden el camino hacia el Norte. Esto le hace conocer dos veranos al año. Es uno de los animales que más horas de insolación anual recibe.
Para el viaje de regreso, emplea menos tiempo que para la ida. Busca siempre tener a su aliado y protector Eolo soplándole de cola para favorecer su avance.

A lo largo de su vida, unos 34 años, el hijo del viento habrá recorrido la distancia equivalente a tres viajes de ida y vuelta a la Luna.

Un largo canto a la libertad.

Una proeza migratoria que ningún otro pájaro conocido iguala. Tal vez el siempre audaz Vencejo común, al que dedicamos un artículo, sea uno de los pocos que se le pueden comparar, al menos en tiempo de permanencia en el aire y cualidades aerodinámicas. Pero el largo viaje del charrán ártico no tiene parangón en el mundo animal.

Son carnívoros y se alimentan de peces que pescan lanzándose en picado desde el aire. Ocasionalmente no desprecian algún insecto que atrapen al vuelo; los crustáceos marinos y el krill son parte importante de su dieta. Pero además, su agresividad y dominio del vuelo les impulsa a robar con descaro la presa de otras aves u otros charranes, arrebatándosela en el aire, otra peculiar habilidad de este valiente pájaro. También tienen una gran variedad de vocalizaciones; cada charrán tiene su propio canto de llamada, algo muy útil a la hora de encontrar un nido entre millares de ellos. Se distinguen hasta ocho vocalizaciones distintas de alarma, llamada, apareamiento y otras diversas utilidades.
El hijo del viento en acción.

El charrán ártico es monógamo, se emparenta para toda la vida con la misma pareja. El galanteo es complejo con un elaborado cortejo. Tras el noviazgo, anidan en la costa o en la tundra, donde son frecuentemente acosados por los gatos y por las gaviotas que compiten también por el espacio de anidamiento disponible. Para defenderse, suelen anidar en tumultuosas bandadas junto con otros charranes, incluso de otras familias como el charrán común. La pareja se pone de acuerdo en la ubicación del nido antes de aparearse. Ponen de uno a tres huevos que empollan los dos progenitores, que asimismo se dedican indistintamente a la cría de los polluelos.

Son sumamente agresivos y defienden su nido con inusitada fiereza incluso contra animales más grandes; ataca sin dudarlo a las personas, a las que puede infligir molestas heridas punzantes arponeando las cabezas con su afilado pico en estilete entre un ensordecedor griterío. Si quiere sentir lo mismo que en "Los Pájaros", visite una colonia de charranes en plena cría: saldrá con la ropa desgarrada, la piel surcada de profundos arañazos, buena parte de su cabello arrancado a picotazos, un trepidante ataque de nervios y tendrá suerte si no sale tuerto del lance o despeñado tratando de huir de ellos. Recuerde que a pesar de su angelical aspecto son animales salvajes y pueden causarnos graves daños.

Una vez completado su desarrollo, los jóvenes abandonan el nido. Para la ocasión, les reciben jaurías de leopardos marinos que se dan cita anualmente frente a las zonas de anidamiento, esperando el primer vuelo de los nuevos charranes. Muchos caen al agua y son devorados por los fieros depredadores que se dan su festín anual de pájaros.

Los que consiguen sobrevivir a este vuelo, continuarán en el aire, aprenderán a alimentarse por sus medios, emprenderán el camino del Sur junto a sus padres, completarán el fabuloso viaje de regreso al gran Norte y se convertirán en hijos del viento.