Es cosa que me regocija en grado sumo: una vez pasada la frugalidad invernal, llega la abundancia en el campo y en los montes; un suculento reverdecer se adueña del paisaje y las especies reinician su ciclo vital, tan provechoso para nosotros.
Hasta el punto que a partir de ciertas fechas, prescindo casi totalmente de alimento alguno en mis paseos por el monte o el campo, ya que la certeza de encontrar suficientes especies comestibles en mi camino me permite ir despreocupado de acarrear viandas.
Improvisadas meriendillas campestres que no por frugales resultan menos suculentas o de poco valor gastronómico. Al contrario, muchos valoran la autenticidad de unos arándanos o fresas silvestres consumidos in situ con todo su potente sabor frutal y el aroma salvaje de su savia como una experiencia gastronómica suprema: el manjar en su origen sin ninguna manipulación. La verdad del sabor original y primigenio de los alimentos.
El arándano, baccinium myrtillus, ya era muy apreciado por los romanos. Suele tapizar las laderas de los montes hasta bastante altitud. Es abundantísimo en la Sierra de la Demanda donde como ya he dicho, tapiza las laderas de los montes. Aquí no abunda tanto, pero haberlo, haylo aunque no tan sabroso como el de aquellos parajes. Al arándano le gusta la altitud y el aire puro. Búsquenlo en Urbasa y en algunas zonas de Aralar, Aikorri...
Agradabilísima sorpresa para el paseante es encontrarse una tímida mata de sabrosas frambuesas, rubus idaeus, que para el que no sepa, son como las moras pero de color rojo carmín muy apetitoso. Su incomparable textura aterciopelada y la explosión de sabor que producen no se olvidan nunca. La frambuesa salvaje es un manjar que le puede obsesionar a uno. Además no son fáciles de encontrar. Yo sólo me sé un sitio donde crecen ocultas a la vista las preciadas matas y no lo voy a contar. A la mata de frambuesa le gusta la sombra o semisombra, suelen crecer al abrigo de otras matas mayores como brezos cerca de cursos de río o arroyos de montaña sombríos o remotos, en lugares poco o nada frecuentados. De hecho, la mejor manera de encontralas es saliéndose del camino y explorando los alrededores; al menos yo cuando las he encontrado ha sido en lugares apartados y un tanto escondidos.
Otra cosa son las sabrosísimas zarzamoras, rubus fruticosa. Sin duda, la reina de las bayas. Son tan abundantes que muchos no las hacen caso. Sin embargo, otros muchos las apreciamos como las sabrosas frutas que son: muy ricas en vitaminas A y C, potasio y otros minerales, además de tener poco azúcar. Es probado que es uno de los frutos más ricos en flavonoides, como casi todas las bayas rojas u oscuras. Yo no dejo de aprovechar cada otoño esta delicia gratuita e incluso las cultivo en mi jardín. Una buena mata de moras le arregla estupendamente a uno el paseo haciéndole recuperar las fuerzas y alejando la sed. Se pueden recoger unas cuantas en un tarro de cristal y consumirlas como fruta o hacer mermelada con ellas, o un sinfín de recetas que las incluyen.
Desconocido para muchos es el espino albar, crataegus oxyacantha, cuyas bayas rojas tienen buenas propiedades para el corazón. Sus frutillas rojo bermellón no son tan gustosas como las anteriores, son un tanto sosillas y de textura harinosa, aunque agradables. Su sabor es marcadamente vegetal, a la savia del arbusto que las produce; recuerdan a las manzanas reinetas del país.
Fuente segura de vitamina C son los por todos conocidos escaramujos de la Rosa Canina, rosa canina, de agradable sabor cítrico. Para consumirlos deben quitarse bien TODAS las pepitas y pelillos del interior. El no hacerlo puede traer complicaciones intestinales ya que son pavorosamente astringentes.
Es frecuente en nuestros montes el endrino, prunus spinosa, cuyos frutos sumamente ásperos no son del gusto de todo el mundo. Son comestibles y a mi personalmente me gustan, pero su utilidad es la fabricación del pacharán.
Común en nuestros campos y cunetas es la zanahoria silvestre, daucus carota, que se parece poco a la cultivada: la raíz napiforme es muy pequeña pero igualmente comestible. Consumir en caso de hambruna persistente o carpanta.
Si no quiere salir del pueblo, también si le aprieta la crisis, puede aprovechar los frutos de los árboles que pueblan parques y jardines, todos ellos comestibles, aunque al parecer, casi nadie lo sabe. Tenemos por ejemplo los maguillos, malus sylvestris, de Busca Isusi que cada año producen cientos de pequeñas manzanitas de las que no se deben comer más de cuatro o cinco, ya que sueltan el vientre. Recomendables como fruta del tiempo y para aliviar el estreñimiento.
Igualmente, los cerezos ornamentales, padus avium, padus racemosa y prunus padus, en el paseo del hospital nos regalan de sabrosas bayas rojas cada otoño. Una manera más de ahorrar en la compra llevando a su hogar fruta recién recolectada.
También hay un bello madroño que ya da fruto, pero no voy a decir donde, porque como muchos saben, los frutos del madroño producen embriaguez y de eso tenemos ya demasiado aquí.
Unas acederas, acer rumex, improvisan una rápida ensalada sin necesidad de condimentos. Aquí crecen como forraje en los prados pero son muy consumidas en el Norte y Este de Europa. De hecho, Yuri Gagarin tomó puré de acedera como parte del rancho en su famoso vuelo espacial. Se le pueden añadir el siempre a mano diente de león con unos tiernos tréboles, trifolium pratense, ¿quién no ha probado alguna vez sus azucaradas flores rosadas? recién regados bajo el sirimiri.
Por no hablar de las ortigas, socorrido plato de verdura cocinadas debidamente. Hay dos tipos, la mayor, urtica dioica, con grandes hojas parecidas a las espinacas y la menor, urtica urens, cuya picadura es aún más urente. Cocido todo con unas patatas cortadas a la manera de unas acelgas y el infalible sofrito de ajos se alarga el plato. Que aproveche.
Los tiernos brotes de la zarza común y de la rosa canina son exquisitos consumidos en el momento; se corta el brote, se pela la fina corteza espinosa y queda a la vista el tallo interior que es como un pequeño espárrago: muy tierno y de fina textura. Se comerá al momento. Tiene un delicioso sabor netamente vegetal que recuerda al aroma de la rosa que produce el arbusto. El de zarza es más áspero pero igualmente buen comestible. Ricos en vitaminas y minerales, ya que se comen crudos recién cortados. Podrá sentir lo mismo que los ciervos en el bosque.
Y si quiere emular a nuestros antepasados neolíticos o a las ardillas, pruebe a extraer los difíciles piñones de las piñas que en abundancia crían nuestros pinos. El esfuerzo se verá compensado por los hipercalóricos frutos, muy cotizados además.
Nada más que aconsejarles que practiquen con prudencia y no se priven de dejar pelada una buena mata de rica fruta. Aún más, es lo mejor que pueden hacer. Recuerden que la recolección favorece a la planta que de este modo año tras año nos regalará con nuevos y abundantes frutos recompensando generosamente nuestros cuidados. De esta manera la planta asegura la expansión de sus semillas por el bosque, por lo que necesita que alguien la libere de los frutos que las contienen.