domingo, 12 de abril de 2015

Un paseo por SACEM.

Si uno va en tren hacia San Sebastián, puesta la mirada sobre los llanos terrenos que limitan las vías en la localidad de Villabona, aún puede verse en pie uno de los vestigios más gloriosos del opulento pasado industrial vasco. Un edificio que por la armonía monumental de sus proporciones y su considerable tamaño no puede dejar de llamar la atención del viajero, a pesar de que el abandono y el tiempo han dejado sus huellas en su lento trabajo de doblegar al coloso de hierro, hormigón y cristal.
Se trata, como muchos ya han adivinado, del señalado edificio SACEM, abandonada sede y talleres de esta desaparecida firma constructora de maquinaria pesada.
Vista general de la elegante fachada. Foto B.R.

Obra de 1942 del gran Luis Astiazarán y sin duda, una de sus más logradas creaciones tanto como a nuestro modesto entender, uno de los más bellos edificios industriales del mundo.

Hay referencias a este edificio en el libro "Gipuzkoa: guía de arquitectura,1850 - 1960", de autor o autora desconocido, publicado por la editorial Nerea en 2004. También se pueden encontrar en Internet multitud de páginas dedicadas tanto a la obra de Astiazarán como a este edificio:

"La fábrica SACEM es un edificio de estructura de hormigón, organizado a modo de un cuerpo unitario en el que se establecen dos espacios: el área de oficinas en la fachada principal, compuesta de semisótano, una altura y cubierta aterrazada, y el espacio productivo, organizado en naves con cubierta en dientes de sierra paralelas a la fachada. Al exterior aparece como un sólido bloque de gran contundencia, levantando incluso una pantalla en todo el remate del edificio para ocultar el shed y así reforzar el carácter compacto del edificio. Dispone de un gran pórtico sobre pilares en la fachada principal, que acogía el cuerpo de oficinas, en cuyo lienzo interior describe grandes ventanas de eje vertical sobre otras pequeñas ventanas apaisadas a sus pies y, por otro, partiendo de las fachada principal y desarrollándose en las fachadas laterales, describe ventanas corridas que a modo de bandas las recorren completamente.
En el espacio interior todavía se adivina la elegancia del área de oficinas con zócalos y escalera en mármol, con refinado pasamanos moldurados. Sin embargo las naves de producción, muy compartimentadas en la actualidad por los nuevos usos, muestran una gran sobriedad, desplegando toda la estructura de hormigón armado a la vista, y conformando un espacio de gran luminosidad.
Pintado totalmente de blanco este edificio resulta de una gran belleza formal. El juego de las líneas verticales del pórtico con las horizontales del cuerpo resulta magistral. La fábrica es definida como un paralelepípedo cerrado en el que únicamente muros, vanos y pilares articulan el bloque." (Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra pública) http://avpiop.com/es/patrimonio/sacem/12.
El monumental pórtico, deslucido por la falta de 

mantenimiento. Foto B.R.

Por todo lo cual, tenía unas enormes ganas de visitarlo. Y eso hice en dos ocasiones.

La primera vez, lo conocí aún en funcionamiento, casi en su esplendor. Yo me dedicaba a trabajar como representante para una empresa de aleaciones especiales y SACEM figuraba entre mis mejores clientes. Aquel día tenía planeado visitar la zona del Oria medio y la Fortuna me había permitido concertar por fin una cita con la famosa fábrica que tanto ansiaba visitar.

No es fácil obtener citas con clientes: llegaba a la oficina de San Sebastián a las ocho y me pasaba la primera hora de la mañana pegado al teléfono hasta conseguir unas doce citas de las que esperaba hacer venta al menos en una de ellas. Hecho esto, cogía el maletín negro estilo "ça-vas" de la compañía con el muestrario de aleaciones y el catálogo dentro, y salía a toda prisa en el coche rumbo a cumplir el primer compromiso del día, hacia las nueve y media: un taller pequeño con un tacaño jefe en el que no perdería mucho tiempo. En la segunda cita me fue mejor y conseguí hacer una venta. Aquel parecía un buen día. Nada mejor para un representante que despachar la jornada en las cuatro primeras visitas y tener la venta del día hecha a media mañana. Esto le quita a uno la tensión de sentirse obligado a vender y por eso mismo, incluso puede que acabe el día con más pedidos de los que esperaba. Naturalmente, había reservado el mejor momento de la mañana para SACEM. Después de haber vendido cinco libras de aleaciones especiales en la visita anterior, me sentía perfectamente motivado como para entrar en aquella fábrica emblemática con pie firme, seguridad en mí mismo, inspirada labia y sin llevar la cara de culo apaleado del agente comercial que lleva toda la mañana sin vender un palo de escoba.
La caseta del guarda con su voladizo. Foto B.R.

Era una mañana de primavera, fresca, con sol radiante.

Así que allí me presenté con mis aleaciones. Detuve el coche frente a la caseta del guarda, bajé y le informé de que me esperaban en la fábrica. Comprobó mis datos, consultó un listado, hizo una llamada y me abrió paso franco.
-Vaya directo a Recepción y pregunte a la señorita. Ahí le atenderán.
Me señaló la imponente entrada principal de la empresa. Siempre es elegante que te reciban por la puerta principal.
Llevé el coche al aparcamiento para visitas, me ajusté la corbata y cogí el maletín de agente comercial. Caminé hasta la monumental entrada, defendida por el potente pórtico sobre pilares tras el que se encontraba la gran puerta de dos batientes. Llamé y me abrieron tras anunciarme. Entré en un dilatado portal. Todo lo que veía era sobrio pero exquisito y de primera calidad, hecho para impresionar e intimidar al visitante tanto como para acoger y demostrar la capacidad, fiabilidad y pujanza que se esperaba de la compañía: la poderosa escalera de mármol, la elegante y funcional pasamanería, la pureza racionalista de las formas geométricas de todos los detalles, como la carpintería de maderas nobles o la gran lámpara que pendía del centro. Subí la escalinata hasta la recepción, donde me recibió la señorita que me había descrito el guarda. Esta me dio paso al interior y dio el aviso al interesado de que yo ya había llegado. El señor Recondo me esperaba, había estudiado Ingeniería y con apenas veinticuatro años ya era jefe de planta. Nos estrechamos la mano e iniciamos la visita.
Interior del atrio con la entrada principal. 
Se puede apreciar el lamentable estado de 
conservación y abandono. Foto B.R.
Recondo no sólo era un talentoso ingeniero mecánico, lleno de ideas e inagotable trabajador; también era una excelente persona y buen conversador, que bien informado de la importancia artística del inmueble no perdía la ocasión de mostrárselo brevemente (todo lo que su solicitado tiempo le permitía) a quien observara interesado por las seductoras formas arquitectónicas que la fábrica mostraba al visitante.
Así que, antes de entrar en materia de negocios, dimos una pequeña vuelta por las distintas dependencias del edificio. Este iba desplegando ante el visitante sus sorpresas, en una secuencia de diferentes sensaciones: la solemnidad y monumentalidad del pórtico y la entrada daban paso a unas oficinas extremadamente funcionales tanto como luminosas y alegres gracias a los sorprendentes efectos creados por la luz que, sin agobiar, entraba a raudales al interior. Quedaba clara la intención del arquitecto de humanizar el sórdido ambiente de las oficinas habituales en la época, creando aquel espacio diáfano donde la información podía fluir con facilidad y pensado para el mayor bienestar posible de la gente que trabajaría en él largas horas. Igualmente los amplios talleres dejaban clara esa impresión de crear un entorno laboral favorable a la facilidad de trabajo del obrero, que disfrutaba de instalaciones cómodas y la necesaria amplitud de espacio que lo dignificaban. El espacio dilatado y la luz tamizada inundando los enormes pabellones, iluminando con una luz irreal las gigantescas máquinas que allí se creaban, eran un bello espectáculo que se abría a nuesto paso mientras Recondo me iba conduciendo a la sección donde tendría que asesorarle para solucionar un problema técnico. Huelga comentar la clase de conversación que se desarrolló a partir de entonces, centrada en el mundo de las aleaciones especiales, la migración del carbono durante los procesos de soldadura y las grietas estructurales en ciertos elementos de máquina. Solucionamos el problema, me hizo un buen pedido y nos despedimos amigablemente. Pocos meses después, abandoné el mundo comercial y no lo volví a ver más.

Pasaron cerca de quince años durante los que la gran empresa cerró, provocando un terremoto social en la zona. Con el cierre, se añadió un problema al municipio: ¿qué hacer con el magnífico edificio? Su mantenimiento resultaba carísimo, dado el tamaño y la importancia del inmueble. Además, había sido declarado bien de interés cultural y patrimonio industrial vasco a proteger, gracias a una activa asociación de antiguos trabajadores y vecinos que velaron por la conservación de la obra de Luis Astiazarán.

Ignoraba por completo el destino final del edificio pero su poder de fascinación seguía provocándome calambres en las meninges cada vez que lo veía. Sabía que llevaba muchos años cerrado, eso sí. Finalmente, decidí acercarme con el coche y echarle un vistazo, esta vez como turista interesado en la obra de Astiazarán.

Era una fría mañana de Febrero.

El cielo estaba medio despejado y tenía la luminosidad melancólica que proporciona el Sol en esta época del año, cuando Orión gobierna el cielo del Este. Como es habitual, había helado aquella noche. El día era frío y seco.
El coqueto chalet vivienda del guardés, en su estado actual.

Foto B.R.

Ya no había nadie en la caseta del guarda, así que entré sin ninguna dificultad y me detuve en el mismo aparcamiento para visitas que había usado años antes. Bajé del coche y me ajusté la parka. Paseé alrededor de la fábrica contemplando la piedra deslucida, la descuidada jardinería, las maderas rotas, el ajado enlucido, la soledad indefensa del gigante. La desolación se había adueñado del gran edificio: restos de escombros, rastros de fiestas juveniles tumultuosas, groseras pintadas, suciedad y desorden general se acumulaban por todos los sitios donde antes reinaba la decente pulcritud del mundo del trabajo. El edificio vacío se había llenado de la vergüenza del abandono y de la tristeza de la indiferencia.

Mientras contemplaba por última vez el regio pórtico de la entrada, vi llegar a un hombre corpulento que también estaba de paseo por el lugar. Nos presentamos y resultó ser un jubilado de la empresa que solía acudir por allí todavía, como si esperase ver resucitar al titán. No teníamos prisa y conversamos durante un rato. Mis explicaciones sobre mi interés en la obra de Astiazarán y la inevitable atracción que el edificio SACEM me producía parecieron disipar su desconfianza inicial: quién sabe, tal vez podría ser un político liquidador llegado allí para convertir el solar en viviendas de protección oficial o cosa parecida. El antiguo maestro mecánico recordó los días de esplendor de su empresa y la caída final asfixiada por la mala gestión, la falta de inversiones y las deudas.

-Ya que eres escritor-, dijo el vigoroso veterano- cuenta esto: aquí, cuando se fue Pachi, los dueños se marcharon y se llevaron el dinero. Luego entraron a saco los sindicatos y terminaron de robar lo poco que dejaron aquellos. Esto quedó tocado de muerte y nunca se pudo levantar. Y eso que había pedidos, pero nadie quería invertir una perra en la empresa para renovar lo que había que renovar. Hasta que al final hubo que echar el candado y se acabó para siempre.

El viento ligero, seco y helado de Febrero empezó a correr entretanto, elevando en el aire leves torbellinos de polvo blancuzco que se desflecaban recorriendo el lateral de la fábrica como fantasmas errantes.

lunes, 9 de junio de 2014

El trillo

Hacia mediados de Agosto, se iniciaba la trilla de las mieses acumuladas  en las heras. Cada familia tenía sus montones de centeno y cebada, almacenados en pisos de gavillas. Algunos conseguían levantar unas torres de mies con un volumen notable, piso tras piso de gavillas, cubiertas por luengos plásticos para evitar el enemigo más temido en época de trilla: una lluvia a destiempo que mojase la mies y por fermentarse esta debido a la humedad, echase a perder la cosecha que tanto trabajo había costado.
Camino de El Duengo. Foto Javier García García. 
http://www.riocavadodelasierra.site90.com/Galerias.htm

No era fácil cosechar, una dura faena que se hacía a base de brazos y corte de hoz. Pero durante el tiempo de cosecha y trilla, la gran casa de mi abuela parecía una fiesta: llegaban algunos jornaleros que eran contratados todos los años y además se reunía toda la familia que se asociaba para este menester a otras familias. Con mi abuela, trillaba la familia de Cheles que ponía su par de magníficos caballos blancos. En el amplio comedor de la casa, se juntaban todos alrededor de la mesa y el ambiente era bullicioso y animado. Para completar el cuadro, la taberna en la planta baja estaba a tope de clientes al ser el apogeo del veraneo. El jaleo era fenomenal. En la taberna los veraneantes presumían de lo que no eran, con las apariencias que les permitían sus mal ganados salarios en la ciudad, que terminaban en un alto porcentaje en la caja de mi abuela, vino tras vino y cubata tras cubata, y se hacían el chulo todo lo que podían, fumando tabaco rubio, hablando en voz cada vez más alta en proporción al alcohol ingerido, jugándose los cuartos al tute y al subastado, al mus y a los montones. Allí uno entraba obrero y salía presumiendo de jefe de sección, de ahí para arriba.

En el comedor mientras tanto, se hacían planes, se hablaba del reparto en fanegas, de la cantidad y peso del grano en las espigas que daba el cálculo de la cantidad cosechada por hectárea, cálculo que mi padre, que trabajaba de contable en una empresa del Norte y echaba una mano, buen conocedor no sólo del Sistema Métrico, sino de las medidas tradicionales castellanas, hacía de cabeza sin tener que usar lápiz y papel; del día idóneo para trillar la enorme cantidad de mies de las dos familias, de la preocupación por el clima. Corría el vino de La Ribera (que entonces no tenía denominación de origen y era el vino de mesa corriente) y la cerveza con gaseosa, el potaje de garbanzos de cosecha propia, el arroz con algún tordo convertido en tropezones o el sustancioso guiso de patatas con carne de cordero y pimentón cocinado en el fuego bajo; las codornices y perdices cazadas por el infalible Gabino en el monte un par de días antes y pacientemente peladas por las mujeres y los niños, la ensalada fresca con lechugas, cebollas y tomates de la propia huerta y la fruta del tiempo en grandes bandejas. El tabaco negro, los Farias, la copa de brandy 103 y el café de puchero. Y al trabajo de nuevo.
Grandes hayas centenarias en el paraje de Aguas Juntas. Riocabado.

A los niños también nos tenían empleados, había trabajo para todos. Nosotros, nos ocupábamos de subir a la hera de Los Casares litros y litros de cerveza con gaseosa fría para refrescar los resecos gaznates de los que trabajaban en la trilla bajo el duro sol de Agosto. Se suponía que los niños no bebían cerveza pero con gaseosa aquello era otra cosa. Y con aquel calor ¿quién no quería probar? Así que no siempre llegaban enteros los porrones y con frecuencia teníamos que volver rápidamente a reponer lo que nos habíamos bebido nosotros en el trayecto de la taberna a la hera. Bajo el sol implacable, la cerveza El Águila con gaseosa La Revoltosa estaba riquísima, irresistible. Tan buena cosa. No hay nada mejor en verano que un buen porrón bien frío de cerveza o vino con gaseosa, gran invento de la mejor ingeniería española. Ríanse, ni los ingleses, ni los alemanes ni los franceses todos juntos con toda su ciencia, fueron jamás capaces de tener ocurrencia semejante, tan práctica y refrescante, y la prueba es que cuando visitan nuestro país es de las primeras cosas que piden, tal es la fama del invento que no ha encontrado competidor ni sustituto en su larga historia.

Alguna vez, sólo llegó a la hera poco más que la espuma en el porrón, con el consiguiente enfado de los destinatarios del refresco que esperaban sedientos, sudando a chorros, cubiertos de pegajoso tamo, dolorosamente deshidratados ya cerca del mediodía. Las voces y aspavientos eran intimidantes: "Pero chiquitos ¿qué sus habéis creído? que eso no es p'a vosotros, me cago en los chiquitos, que no hacen cosa buena. Si queréis, que os den un jerigüai en la taberna, pero el porrón no se toca, el porrón es p'al que trabaja aquí ¿entendido? pues vamos, hombre, estos chiquitos". Sonaba a nuestro alrededor la algarabía de la bronca mientras esperábamos que pasara la tormenta, poníamos cara de santitos y de no lo hago más, le echábamos la culpa a Josean, el que iba más achispado, que se llevaba un par de tortas por borrachín y por incitarnos al vicio a los demás, y nos hacían ir a por más bebida bien recomendados de no repetir la travesura.
Riocabado con la Sierra de La Demanda al fondo, el pico

San Millán aún nevado y en primer término, el monte Uremen.

La trilla era un gran espectáculo de esfuerzo y polvo, paja brillante como el oro bajo el sol, golpes resonantes de tralla y voces desabridas, conversaciones de las mujeres y carreras de los niños. Se extendía una enorme parva y sobre ella, el trillo tirado por los dos caballos daba vueltas y vueltas hasta completar su acción de cortar la paja y separarla del grano. Esto duraba toda una mañana. Después, se rastrillaba la paja y aparecía el grano bajo ella mezclado con el corte más fino de la paja, el tamo, que había que aventar con bieldos hasta que quedaba un montón de grano limpio. Entonces, con una medida de media fanega, se repartía en serones o en sacos de algodón blanco que se llevaban al molino, salvo una parte que servía de pienso para el ganado. Así, día tras día durante una semana entera, hasta trillar toda la cosecha.

El trillo era un instrumento terrible, tenía el tamaño de una puerta grande, formado por tablones. Su parte delantera estaba curvada como una barca para facilitar su paso a través de la paja y en su parte inferior tenía incrustadas afiladas piedras alineadas y varias sierras de acero que en conjunto hacían eficientemente el trabajo. Con frecuencia, el que dirigía la faena solía estar subido al trillo para darle más peso, dirigiendo el tronco de caballos desde esa inestable posición. A veces, algún niño audaz se subía también, sentado junto al que manejaba, mitad como diversión y mitad para añadir peso, bien agarrado a la argolla central para no caerse y sintiendo la potencia del tiro de caballos arrastrándole como en un trineo sobre la gran parva.
El primigenio paisaje de Riocabado.

Inés, la orgullosa hija mayor de Celestina y el difunto Nazario,  interrumpió su animada charla mientras mantenía un ojo siempre vigilante sobre sus dos hijos. Un viento portador de malos presagios se había levantado, haciendo ondear su pañuelo blanco sobre la cabeza. De pronto, lanzó un grito desesperado llevándose las manos a la cabeza mientras todas las miradas se dirigían a la parva. Oscar, el hijo deseado, el favorecido por los Dioses, el niño más querido del pueblo, había caido bajo el trillo. Le había pasado por encima en toda su longitud de corte. Todos esperaban lo peor mientras rápidamente corrían a rescatar al que suponían gravemente herido, probablemente con horrorosos desgarros producidos por las afiladas cuchillas, tal vez ya muerto, bajo el brillo como de hilos de oro de la parva. La música enloquecida del Mal atronaba la hera mientras todos se afanaban en retirar la dorada paja en desesperada búsqueda del pequeño príncipe.

Otro hijo perdido para Inés, otra desgracia terrible, una más de tantas en aquella familia. La angustia se dibujaba tensa en el hermoso rostro de Inés, su altivo y desafiante perfil de reina de pie contra el cierzo sobre la hera, su pañuelo blanco anudado a la cabeza para sujetar su pelo rubio, tremolando al viento; sus grandes y bellos ojos verdes escudriñaban ávidamente la parva, mientras esperaba que trajeran a su hijo malherido o muerto, en el mejor de los casos marcado con horribles cicatrices para toda su vida.
Riocabado: la iglesia románica y el pueblo de noche. 

Foto: Javier García García. 
http://www.riocavadodelasierra.site90.com/Galerias.htm

Pero Oscar, sorpresa, se levantó él solito de entre las pajas, alegre y pizpireto como siempre y rascándose la cabeza. Absolutamente ileso, sin el mínimo rasponazo. La espesa paja entre su cuerpo y el trillo le había protegido de los cortes mientras nadaba instintivamente bajo la parva para salir de ella evitando el doble peligro del trillo y los caballos. José "Chelines", hijo de Cheles, el siempre buen amigo, lo alzó ante todos y se lo llevó a Inés que lo abrazó apretándolo contra sus senos generosos; se habló de milagro, muchos se santiguaron y algunos cayeron de rodillas dando gracias al Cielo. No era para menos. Cualquiera no sale indemne de semejante trance. La alegría volvió a la hera, la música del Bien sonaba festiva de nuevo. Y todos sintieron que por una vez, Dios les había favorecido salvando la vida del hijo más querido, del hermoso niño escogido para que todos vieran  que el Señor no les abandonaba y que de alguna manera, salvando a aquel pequeño príncipe, demostraba proteger a los demás pequeños príncipes del pueblo, Que el tiempo de las desgracias e incertidumbres había pasado para que llegase un nuevo tiempo de prosperidad y bienestar. Y así fue, porque desde entonces ningún niño de Riocabado fue nunca víctima de peligros y accidentes. A pesar de la pertinaz afición que teníamos los niños de meternos en toda clase de extrañas situaciones, a cada cual más arriesgada: desde montar a caballo a trepar por los riscos y árboles o incluso andar por los tejados como se nos ocurrió una vez.

El Domingo, Don Virgilio, el modesto cura, mencionó el incidente en su homilía, haciendo acción de gracias por lo que todos consideraban sin duda un milagro o al menos una clara intervención divina. Aquello hizo aumentar aún más la popularidad de los hijos de Inés, descendiente de antiguos reyes, especialmente del agraciado por la Fortuna Oscar. Al primo Josean le daba un poco de envidia tanto protagonismo y no paraba de contar bravuconadas de la capital, donde debía ser poco menos que Robin Hood si era cierto lo que contaba. Al poco, ya nos estábamos peleando. Y así terminó aquel hermosísimo día.




viernes, 2 de mayo de 2014

Barbadillo de Herreros

La Sierra de la Demanda está salpicada por pintorescos pueblos que con frecuencia tienen una sana rivalidad que resulta en una afanosa competencia por conseguir los balcones mejor floridos, las calles más limpias y arregladas, las casas mejor restauradas o las nuevas edificaciones con mejor gusto. Este encomiable esfuerzo convierte a estos pueblos en lugares donde el tiempo queda suspendido, el silencio reconforta los sentidos y llena de paz interior al viajero que sólo tiene que recrear su vista en la belleza natural que se le presenta ante sus ojos, pasear por las pacíficas calles y en suma, disfrutar del encanto genuino que sólo se puede encontrar en estos pueblos de montaña.
Entre ellos, los más cotizados por el turismo son como es natural, los que se asientan en lo más alto de la Sierra, donde se puede sentir un verdadero aislamiento y ese contacto directo con la Naturaleza más salvaje, espléndida y a veces, peligrosa. Son una veintena aproximadamente, de pueblos y aldeas de montaña, las joyas de La Demanda. Hoy, les voy a contar algo del pueblo de al lado del mío, el antiguamente industrioso y emprendedor Barbadillo de Herreros.

Como indica su nombre, es un pueblo que estuvo muy relacionado con la incipiente industria del hierro en La Demanda. Barbadillo tuvo ferrería mucho antes que localidades del País Vasco como Legazpia, que tanto presumen de su tradición industrial. Sin embargo, a pesar de haber sido pioneros, la industria del hierro finalmente no prosperó en Barbadillo como lo hizo en Vizcaya o Guipúzcoa. El hierro de La Demanda, a pesar de existir en abundancia, se encuentra en vetas diseminadas aquí y allá, de manera que su explotación no resultó rentable. Se hicieron numerosas catas, pero jamás se llegó a extraer hierro en La Demanda. A pesar de todo, se hicieron grandes obras de ingeniería, como el célebre ferrocarril minero que hoy es una solicitada vía para bicicletas. Aún se pueden ver las impresionantes rampas de carga previstas para la mina de Gallén en Riocabado. También la bocamina y una vagoneta de la época. Para acabar de arreglar las cosas, la fuerte competencia del Norte, con su hierro de excelente calidad y buen precio,  hizo que resultara poco rentable el negocio y finalmente, las ferrerías de La Demanda cayeron en el abandono y el olvido. El alto horno de Barbadillo de Herreros se apagó para siempre. Aún quedan los restos de su pabellón. Se pueden admirar las instalaciones de la antigua ferrería con su horno de calcinación, restauradas para el turismo, y poco más.

El ferrocarril tuvo una inauguración bastante chusca: al cortarse la cinta tras las debidas bendiciones y aspersiones de agua bendita, la máquina se puso en funcionamiento entre chorros de vapor y pitos de sirena. Al iniciar la marcha con majestuosa lentitud, rumbo a Arlanzón, un vecino se acercó demasiado a aquel prodigio mecánico nunca visto por aquellos lares y quedó atrapado bajo las enormes ruedas motrices. Murió en el acto, como es de suponer. Mal principio tuvo aquello. Parecía que las Furias se hubieran aliado para atraer todas las desgracias posibles contra los emprendedores de la zona.

Barbadillo de Herreros posee también una amplia plaza con una estela del Ayuntamiento de San Sebastián, que tiene ciertos convenios con el pueblo. En esta plaza se encuentra la Casa Consistorial que sorprende por su tamaño y arquitectura. Y es que Barbadillo tenía también su importancia administrativa. Así que se construyó este edificio de tres plantas y sobrado, de severo estilo institucional, con toda la apariencia necesaria para el debido decoro inherente a su función. En su día, también incluía el temible cuartelillo de la Guardia Civil, con sus despachos y sus salas de interrogatorios que tan eficientes debieron ser en aquella dura Posguerra de la que tanto había oído hablar. Entonces, la Benemérita era otra cosa completamente distinta a la que es hoy día, como lo eran todos los cuerpos represivos del recién instaurado Régimen de Franco, que aterrorizaban a la población. Hoy día, en el amplio salón de la planta baja, la juventud local tiene su lugar de reunión, donde hay siempre buen ambiente para el que acuda con ganas de estar entre amigos, con música ambiente y barra bien surtida.

Un día, acompañé a Carlis, el de la Carmen, a este Ayuntamiento, a realizar alguna gestión relacionada con las explotaciones agropecuarias familiares. Lo habitual para todo el que tenía agricultura o ganadería, o ambas cosas, que es a lo que mayormente se suelen dedicar los que habitan todo el año en los pueblos de la zona y es a lo que se dedicaba entonces esta excelente familia. Yo estaba encantado con la idea de visitar el interesante y evocador edificio, con sus gruesos muros castellanos y ese aspecto de película de la Guerra Civil que hacía que uno viajase en el tiempo. Viendo mis intenciones turísticas y para evitar que metiese la pata con mi desparpajo, lo que era harto frecuente que hiciera por aquel entonces, antes de entrar, me advirtió: "aquí respeto, que es un Ayuntamiento ¿eh?".

Subimos la escalinata rumbo a los despachos, pero al llegar a la primera planta, no fuimos directamente al despacho del Secretario, sino que nos desviamos por uno de los pasillos. El siempre prudente Carlis, entonces, me señaló con un ademán de la cabeza una habitación con la puerta abierta y, conocedor de la tendencia irrefrenable a la insolencia de la que solía hacer gala con demasiada frecuencia, me hizo una seña de guardar absoluto silencio poniendo el índice sobre sus labios. Su cara estaba más seria de lo habitual y sus ojos azul claro miraban fijamente los míos, deteniendo cualquier impulso arrebatado que pudiera tener e imponiendo la más absoluta discreción. Algo muy importante quería decirme para ponerse tan misterioso e intrigante.
-¿Qué?- susurré en voz baja de manera que sólo nos oyéramos entre nosotros dos.
-Ahí mataron a tu abuelo.

Por una vez, me callé. Cualquier cosa que hubiera dicho entonces me hubiera sonado como una verdadera estupidez. Y lo hubiera sido. Pasaron unos segundos de silencio como aire helado entre los dos. Finalmente asentí con la cabeza y Carlis, noble como siempre, me dió una palmada amistosa en el hombro. En muchos aspectos, a pesar de su edad, Carlis ya era un hombre.
-Espera aquí si quieres, pero no digas nada a nadie. Si te preguntan, no digas quién eres, dí que me estás esperando-. Y se fue a sus gestiones con el Secretario de turno.

Entré en la habitación que había sido el despacho de interrogatorios donde torturaron hasta la devastación a aquel hombre bueno durante interminables días, tratando de aprehender algún vestigio que hubiese quedado del funesto pasado, por leve que fuera, pero no había nada: ni una silla, ni mesa, ni un retrato, fotografía enmarcada o huella en la pared encalada, ya grisácea. Ni siquiera ningún olor. Hacía frío allí dentro, o quizás me lo pareció. El tiempo se había detenido allí, encerrando para siempre entre el secreto de los gruesos muros de mampostería tanto dolor humano de las personas represaliadas que tuvieron que visitar para su desgracia aquella siniestra habitación. Una habitación que no se usaba ni de almacén, que se mantenía barrida y en estado de pulcritud pero a la que no se le quería dar ningún uso. El sol del verano se colaba entre los portillos entreabiertos, trazando una línea de silenciosa luz en el aire fresco y diáfano de la Sierra.



lunes, 24 de febrero de 2014

La plaga del Speed.

Más de cien mil personas fueron arrasadas durante los años 80 y 90 debido a la plaga de la heroína que campó a sus anchas por las calles de todas las ciudades españolas durante ese período. Entre las sobredosis, el jaco adulterado, las enfermedades por la mala vida y la devastación física que produce su adicción y la aparición del SIDA, toda una generación de jóvenes sucumbió ante este poderoso agente de control social, más o menos permitido por los estados según convenga neutralizar a posibles elementos subversivos, lo que abundaba en esa época, en plena transición a una Democracia que nunca acabó de llegar. Cuando la heroína ahorró suficiente trabajo sucio a la policía, el Estado empezó a intervenir satanizando todo lo que tuviera que ver con ella. La eficacia en esto fue notable y hoy día esta perniciosa droga está prácticamente fuera de circulación.


¿Aprendimos la lección? ¿Formamos tras la mortal debacle una sociedad sin drogas ni adicciones? No. Radicalmente, no.

Foto: B.R. el Blog de Bernar
Y es que está claro que en España no se fomentan esa clase de valores. Aquí es más importante mantener al máximo de población posible en el limbo de la ignorancia, la juerga y la francachela. Y para tanta juerga, hacen falta ingentes cantidades de alcohol y por supuesto, de drogas. Pero sin heroína, por favor, que es muy mala. Como si las demás drogas fueran buenas para algo. En un estado tan corrompido como el nuestro, pronto se encontró un sustituto adecuado que continúa ejerciendo el trabajo sucio del control social y procurando pingües beneficios a miserables que medran a costa del dolor ajeno, nutriéndose del dinero de los salarios duramente ganados, que en un alto porcentaje acaban en sus bolsillos engordando las cuentas de los principales narcotraficantes del mundo y de paso haciendo un buen agujero en el PIB del país. Si el dinero que acaba en manos de los narcos regresara a las manos de quienes no deberían habérselo gastado, no habría crisis, o al menos no la crisis que tenemos montada. En épocas de bonanza, a la heroína la sustituyó rápidamente la cocaína. Pero la cocaína es cara. Había que encontrar el gran estupefaciente barato para todo el mundo e igual de atractivo que la cocaína, con la misma baja percepción de riesgo que entraña su consumo y la misma aceptación social que la glamurosa nieve en polvo sudamericana.

Y entonces, se abrió la válvula a los nuevos traficantes de una nueva droga muy barata de producir y con bajos precios en el mercado: el Speed y la Metanfetamina o MET.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Así hemos llegado a la situación lamentable que encontramos hoy día, con miles, tal vez millones de adictos que recurren a estas variantes de la amfetamina para sobrellevar el vacío existencial de cada día, en una sociedad que no ofrece ni grandes oportunidades laborales, ni buenas alternativas de ocio, ni un tejido cultural bien estructurado, ni una buena educación general.

Tanto el Speed como la Metanfetamina se obtienen a partir de la efedrina o de la pseudoefedrina, sustancias estimulantes naturales extraídas de la efedra, una mata frecuente en los descampados. Estas sustancias base, son componente frecuente en multitud de preparados farmacéuticos que se adquieren sin receta médica. Así que para el fabricante es fácil hacerse con un buen lote de efedrina y pseudoefedrina a muy bajo coste y luego, en la cocina de su casa, con productos de lo más común y un par de cazuelas, realizar la reacción química sencillísima para transformar estas sustancias y precipitar la cristalización de la Metanfetamina. Al fabricante-traficante la producción le sale a un coste tan ridículo que roza lo gratuito. Luego, una vez secada la cristalización, se dispone en papelinas para su venta en la calle a unos 20€ por gramo; mucho más barata que cualquier otra droga, incluyendo el hachís o la marihuana. Es tan fácil de hacer y tan poco perseguida por la policía que miles de adolescentes y no tan adolescentes se han lanzado a este mercado donde se obtienen rápidos beneficios sin prácticamente inversión. De hecho, no hay un aula en Bachillerato o incluso en Educación Superior donde falten un par de trafiquetas. Pero a pesar de su popularidad y de su aceptación social, esta droga no está exenta de peligros. De hecho, es tan devastadora como la heroína o incluso más.

Aparte del deterioro social que supone una adicción hay hechos científicos irrefutables que prueban el terrible deterioro físico que produce una adicción continuada al Speed y la MET. ¿Han visto alguna vez la autopsia de un adicto? Nosotros sí y es algo que no se olvida con facilidad.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Aparte de la descomposición orgánica habitual en toda adicción, como los daños hepáticos, pancreáticos, dentales o musculoesqueléticos, lo realmente llamativo de la autopsia llega cuando se trepana el cráneo y queda el cerebro al descubierto. Es ahí donde mejor se aprecia la devastación física que produce esta droga, cuando se observan las amplias zonas encefálicas convertidas literalmente en una papilla celular, con zonas del tamaño de pelotas de golf completamente diluidas con el aspecto del yogur batido. Quienes llegaron a este estado, pasaron sus últimos meses en estado vegetativo, babeando, incapaces de articular palabra alguna, con su inteligencia reducida a la total idiocia, cagándose y meándose encima, atados a una cama o a una silla de ruedas. Sí, atados a una silla de ruedas: incapaces de sostenerse sentados.

Todos por desgracia conocemos uno o varios casos de personas que se vuelven intratables tras varios meses de consumo más o menos continuado. O personas que dicen vehementemente una tontería tras otra como si fueran indiscutibles dogmas de fé, ya que la sobreestimulación cerebral les hace creerse listos de repente y la mayor simpleza les parece de una profundidad que ni los Diálogos de Platón. Es uno de los efectos más típicos de la Pichu. Esto significa que la droga ya ha producido una lesión cerebral irreversible que si continúa el consumo, sólo empeorará. Si el adicto lo deja en ese punto, ya se habrá condenado a sí mismo a tener que sobrellevar una paranoia o un principio de esquizofrenia más o menos controlable por un psiquiatra. Aún así, habrá frenado a tiempo y con el tratamiento médico adecuado podrá vivir con cierta normalidad. Pero si no se detiene ahí y continúa en su pecado, la droga continuará su trabajo de destrucción neuronal hasta convertir al adicto primero en un verdadero estúpido y finalmente en el despojo humano que
Foto: B.R. el Blog de Bernar
antes describíamos. Y esto por desgracia, es tan frecuente que ya nos parece hasta normal: jóvenes que un buen día montan la de Dios es Cristo en el trabajo, en la escuela o en la familia, llegando incluso a la pelea o peor aún, al asesinato, incapaces de controlar un cerebro que ya actúa por su cuenta desconectado de todo atisbo de sentido común. Muchachas con la libido desbocada por efecto de la droga que buscan sexo con cualquiera y dan rienda suelta a sus más sucias fantasías con desconocidos y luego, cuando recobran la normalidad, se enfrentan a la dura realidad de la vergüenza por los actos cometidos, eso si no han quedado encintas vete a saber de quién. Muchachos que acaban en el suicidio, en la cárcel o en el juzgado con una buena multa y un parte de lesiones a abonar. Padres de familia que creen estar así en la onda juvenil del colegueo y el buen rollito, que llegan a casa asegurando que ven extraterrestres en la Luna o revelaciones por el estilo, cuando en realidad no se dan cuenta de que sus propios hijos los miran, se avergüenzan de ellos y quedan traumatizados, acabando con harta frecuencia en los malos tratos, el divorcio o el extremo que tanto vemos hoy día, de matar a la esposa o a toda la familia en un arrebato, o quemar la casa, la empresa o el monte. El Speed y la MET suelen estar detrás de las altas tasas de maltrato conyugal o familiar que tanto llaman la atención en nuestro civilizado país. También de muchos de los delitos con violencia que proliferan a lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Más llama la atención la escasez de decomisos policiales practicados en relación a esta droga. Parece que queda mejor ante la televisión decomisar grandes alijos de cocaína o hachís y arrasar plantaciones clandestinas de marihuana que iniciar un plan de lucha serio contra esta plaga, mucho más importante que las otras por la facilidad con que se obtiene y fabrica, y por los espectaculares beneficios ilícitos que genera, lo que como antes indicábamos, supone un buen mordisco en el PIB nacional, ya que buena parte de los salarios son tragados por los traficantes, lo que en la práctica es como tirar ese dinero por el desagüe. Para la policía hay que decir que no es una lucha fácil: no se enfrentan a grandes clanes de narcos como es el caso de la cocaína, el hachís o la heroína. Ocurre como con la marihuana, hay cientos de pequeños productores muy difíciles de controlar y aquí es fundamental la colaboración ciudadana y la tolerancia cero ante la aparición de un traficante. Pero la marihuana es un buen ansiolítico, es socialmente tolerable, es fácil tratar su abuso y de hecho, si cada consumidor cultivase su pequeño jardín, desaparecería su tráfico ilegal.

Hay que meterse en la cabeza que el Speed no tiene ni de lejos la inocuidad de la marihuana o el hachís, drogas que en realidad no crean ningún problema social ni hacen peligroso a nadie y en determinadas dosis son hasta beneficiosas y de uso medicinal probado. Si despertamos de nuestro letargo, si nos damos cuenta del peligro social que supone la presencia de un traficante y avisamos a la policía en lugar de tolerarlo pensando que eso no es tan malo como la heroína, estamos haciendo varios favores: al adicto evitando que tenga acceso fácil a la droga, lo que le obligará a abandonar el hábito a tiempo; al traficante que procurará regenerarse a poco inteligente que sea y a la sociedad que somos todos, promocionando unos hábitos saludables y rechazando el Mal en una de sus más perversas variantes. Luchemos contra estas drogas y erradiquemos el Speed y la Metanfetamina de nuestras calles.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Plato Putorana, paraíso del Yenisey.

Desde siempre he admirado enormemente la cultura rusa. Sus profundos escritores, su música evocadora y grandiosa, su avanzada ingeniería, su estilo de vida sencilla, su gusto por las ciencias y las matemáticas, su amor por los deportes. Los pueblos del Norte tienen en la gran Rusia una referencia, una casa, una madre. Rusia se debe a sí misma tanto como Asia y Europa se deben a Rusia. La enorme extensión de este país hace que la explotación de sus inconmensurables recursos naturales se convierta en una aventura de incierto final, con las cuentas de resultados siempre en la línea divisoria de lo ruinoso y lo más o menos rentable. Sólo la organización de un Estado potente como fue la U.R.S.S. posibilitó el desarrollo de las grandes extracciones y la consiguiente industria pesada. No había capital privado lo suficientemente osado como para intentar explotar la rica minería siberiana, en el infierno helado durante diez meses, en los que hombres y máquinas acaban sucumbiendo ante los elementos, y convertido en un cenagal impracticable infestado de nubes de mosquitos durante los otros dos tibios meses de verano. Así, surgieron las ciudades mineras siberianas, en lugares en los que de otro modo nunca hubiera existido asentamiento alguno, ni humano, ni animal.

En un país como Rusia, los grandes ríos resultaron providenciales para solucionar el transporte y el más importante de todos es el río Yenisey, impresionante arteria fluvial de unos 4.185 kilómetros, navegables casi en su totalidad.
A pesar de permanecer helado en la mayor parte de su trayecto durante seis meses al año, el Yenisey continúa siendo una de las vías de comunicación más importantes y transitadas de Rusia, con puertos en importantes ciudades como Krasnoyarsk, Kyzyl, Bratsk en su caudaloso afluente Tunguska tan amplio como el Ebro o el Danubio, Yeniseisk, Igarka, la gélida Norilsk, Dudinda, Ust Port y la ciudad de Dickson en su desembocadura en el Mar de Kara, ya cerca del Polo Norte, con la Península de Taimyr al Este y la Península de Gydansk al Oeste. El Yenisey con sus afluentes atraviesa los estados de Irkutsk, Yakutia y Krasnoyarsk, que se benefician de sus generosas aguas, caudalosas y con abundante pesca. El tráfico de barcos es contínuo, tanto de pasajeros como por supuesto de toda clase de mercancías. Numerosos cruceros turísticos atraviesan su curso cada año para disfrutar de sus fascinantes paisajes y muchos de ellos tienen como destino el remoto parque natural de la Meseta de Putorana, al Este de la misteriosa ciudad de Norilsk.

A Norilsk, la capital del níquel, que en realidad está a unos kilómetros del puerto de Dudinka, en efecto y aunque parezca increíble se sienten impelidos a ir una creciente multitud de turistas por diversos motivos: unos desean visitar la surrealista ciudad, con amplias avenidas y plazas y feos edificios del oficialismo soviético, y comprobar in situ las impresionantes condiciones climáticas de la ciudad, especialmente en invierno cuando el termómetro desciende a menos cuarenta grados centígrados durante varios meses. Allí los niños, a primera hora de la cruda mañana invernal, son estimulados a desnudarse en el jardín o en el patio de la escuela y a arrojarse entre ellos cubos de agua helada, ejercicio que todos se toman con alegría y sana deportividad, presumiendo de su resistencia, sabiendo que endurecerse y acostumbrarse al frío significa la supervivencia en esas latitudes. Las niñas se bajan el bañador hasta la cintura o se despojan de él para demostrar ante los chicos que son tan valientes como ellos y no temen el gélido contacto del agua directamente sobre su pecho desnudo. Los chicos más valientes, ante el regocijo general, se quitan todo y entre gritos y risas vierten el agua deshelada sobre sus pobres genitales.
Luego, se frotan enérgicamente con sus toallas mientras corretean para activar la circulación y entrar en calor. Tienen una salud de hierro. No existe apenas la enfermedad entre ellos, jamás tienen que acudir al médico salvo para obtener un certificado de defunción y además salen  de lo más espabilado e inteligente, ya que esos choques extremos contra el frío obligan a reaccionar al cuerpo y estimulan tanto las defensas como la actividad cerebral.

Norilsk tiene a pesar del gélido clima, muy buen ambiente nocturno y oportunidades laborales no faltan. Sus habitantes ponen al mal tiempo buena cara y acuden en tropel a los bares y discotecas que no faltan allí. Es fácil conseguir sustancias prohibidas para aliviar siquiera por unas horas la terrible soledad siberiana. Al ser una ciudad tan aislada, atrae a los aldeanos y nómadas de los alrededores y en los fines de semana la noche es intensa en la ciudad con los locales abiertos hasta el amanecer.

Otros, pernoctan en Norilsk o Igarka para al día siguiente fletar un helicóptero que les dejará con su equipo de acampada y supervivencia en uno de los lugares más prístinos del planeta: la meseta de Putorana.

La Meseta de Putorana se encuentra al norte de la provincia de Krasnoyarsk, donde apenas llega el verano y el humano jamás ha realizado asentamiento ni exploración alguna. Comprende los Montes Putorana, cuya máxima altitud es de 2037 metros, algo menos que nuestra Sierra de La Demanda, pero bastante más frío y sobre todo, extremadamente aislado del resto del mundo. Un lugar al que solo se puede acceder en helicóptero, que deja a su suerte al viajero al que viene a recoger en una fecha y hora estipuladas de antemano. Una vez allí, el viajero depende solo de sí mismo y del equipo que haya sido capaz de transportar, no hay comunicaciones de ninguna clase. Las emisoras de radio son confusas y caóticas. El primer cable eléctrico queda a más de mil kilómetros de distancia, no existe cobertura telefónica, ni GPS, ni nada de nada. Las brújulas ordinarias de parafina se congelan y no funcionan. Sólo el bravo río Kureyka, afluente del Yenisey, es el único enlace con la civilización a cientos de kilómetros de distancia.

Pero a cambio, el viajero disfruta de un paisaje que hollará su pie por primera vez antes que ningún otro pie humano lo haya hecho; un paisaje primigenio de suaves colinas cubiertas de hierba y cristalinos lagos en los que por primera vez beberá sus aguas un ser humano y se bañará en ellas. Lagos que nunca han conocido la huella de pies humanos en sus orillas, sólo los renos y el raro muflón del Putorana pastan por esos lares. Y eso tiene su precio, viajar al Putorana requiere una serie de permisos en los que el gobierno ruso saquea a su gusto al pretendiente de viajar allí. También es muy caro el equipamiento que se debe acarrear, todo ello preparado para condiciones extremas de frío, viento helado, nieve y hielo. Así que es un viaje reservado a los aventureros pudientes que buscan sensaciones únicas y que desean ser el primero que con toda seguridad se baña en uno de los miles de lagunas vírgenes de Plato Putorana, pesca en sus aguas o camina por sus estepas, seguros de no encontrarse con ninguna otra persona en el tiempo en el que estén disfrutando de su estancia en el parque. Tal vez puedan, con mucha fortuna, vislumbrar en la distancia un rebaño de muflones del Putorana, tímidos bóvidos en serio peligro de extinción, que huyen en cuanto olisquean al humano a cientos de metros.

Es preferible visitarlo en otoño, con las primeras heladas, ya libres de las molestas nubes de mosquitos que martirizan a los viajeros en verano. Se pueden ver caer las primeras nieves en las cimas de los montes, lo que indica que se aproxima el invierno en el Hemisferio Norte. También se puede disfrutar del espectáculo de la aurora boreal en todo su esplendor. No olviden ir armados con un buen rifle y una defensa eléctrica, un oso podría ponerles en serias dificultades si tiene hambre o descubre que están indefensos. Pueden tratar de ignorarle pero si está hambriento, será peligroso y cuando menos se pondrá bastante pesado. Aunque cambien de lugar su campamento, les perseguirá obstinadamente, recuérdenle quién es el que manda con unos disparos o con unas descargas eléctricas y no cruzará la línea de seguridad que le impongan. Jamás retrocedan ante él ni hagan ademán de huir, pues entonces sabrán que son más débiles y les devorarán. Y nunca le den de comer, ya no se lo podrán quitar de encima. Si se ven atacados por un oso, tienen pocas posibilidades de sobrevivir, pero si tienen la sangre fría y el valor necesarios, pueden ponerle a sus pies. Mientras se entretiene tratando de devorar su brazo, en lugar de ponerse a dar alaridos lo que debe hacer es usar su otra mano libre, la que no se está comiendo el oso, para con sus dedos atraparle la trufa de la nariz y retorcérsela con todas sus fuerzas. El oso sentirá tal dolor que le soltará automáticamente, pero todavía no le suelte usted a él, en ese momento háblele con calma  o no le diga nada mientras le inflinge un dolor insoportable y mantiene su mirada amenazadoramente contra la suya para que comprenda que es usted el que podría cazarlo a él, hasta que se ponga literalmente de rodillas ante usted. Piense que si no consigue someter al oso y aprovechando que le suelta, trata de huir, este le dará caza fácilmente y entonces no habrá segunda oportunidad; así que siga retorciéndole con saña la trufa de la nariz: el animal lanzará unos chillidos ensordecedores, pero usted le mirará desafiante a los ojos, probando su sumisión aflojando o apretando hasta que la bestia comprenda que ya ha tenido suficiente, que si intenta lanzarle un zarpazo apretará aún más y sabrá que ha perdido ante su superioridad evolutiva.
La otra manera es más drástica y se necesita mucho más valor, un buen cuchillo bien afilado y la destreza de un cosaco. Aprovechando que los brazos del oso son muy largos, láncese contra él cuchillo en mano, abrazándose a su vez mientras le hunde el cuchillo con todas sus fuerzas en el corazón. Permanezca abrazado a él y cuando sienta que afloja empújelo hacia atrás para que no se le caiga encima, piense que pesan cerca de cuatrocientos kilos, y apártese con rapidez porque su último hálito de vida podría llevar incluido su último y letal zarpazo.

Hay también osos blancos, más grandes, feroces y peligrosos aún que el pardo. Ante su aparición, refúgiense en una cabaña sólida y cierren las persianas de madera. Tardará varias horas o en el peor de los casos un par de días en marcharse, cuando se convenza de que la comida está demasiado difícil.
Pero el animal más peligroso en esas latitudes boreales es el lobo, astuto e implacable que siempre trabaja en equipo. Si se ve rodeado por una manada, la única opción que tiene de sobrevivir es contactar por radio lo más rápidamente posible con el helicóptero o el ejército y ser evacuado antes de que sólo encuentren de usted un montón de huesos roídos sobre la tierra helada. Para estos cánidos, el humano es una presa natural, les parecemos comida como a nosotros nos la parece un jabalí, unas perdices o un conejo de monte. Dispare a uno, escoja un macho fuerte, apunte bien y procure matarle al primer disparo, los demás se alejarán durante un rato, nunca el suficiente como para que no le puedan dar alcance fácilmente si intenta huir lejos; luego volverán y devorarán la carroña, tal vez eso le salve la vida. En cualquier caso, procure ser evacuado lo antes posible, antes de que se den cuenta de que sólo los puede matar uno a uno.

Por supuesto, las cámaras para inmortalizar la estancia son imprescindibles. Intenten llevar un buen equipo de grabación con varias cámaras y un par de ordenadores para ir procesando sobre la marcha. Procuren que siempre haya una grabando, ya que en esos lugares nunca se sabe qué y cuándo puede ocurrir algo interesante. Montando bien las imágenes obtenidas les quedará un interesante documental de su viaje que, por qué no, tal vez puedan vendérselo a alguna televisión que le interese. Hay muy pocos documentales sobre el Yenisey y aún menos sobre la Meseta del Putorana; tal vez puedan incluso rentabilizar su viaje exhibiendo su documental. Si lo consiguen, no tardarán en plantearse un nuevo reto aún más atrevido y peligroso, también en la inconmensurable Siberia: el río Lena, prácticamente inexplorado.

martes, 5 de noviembre de 2013

Charrán, el hijo del viento

Dado que la Naturaleza nos negó la capacidad de volar con nuestras propias alas, siempre nos hemos admirado ante las aves, que con sorprendente facilidad dominan este medio, cuya conquista nos ha costado tantos siglos de evolución a los humanos.
Y entre las aves, pocas nos maravillan tanto por la elegancia de su vuelo y por lo épico de su peripecia vital, como ese prodigio aeronáutico de la Naturaleza que es el charrán. A la observación de pájaros como este, debemos muchas de las soluciones técnicas aplicadas en la construcción de aviones y planeadores. Su dominio del vuelo, y sus rápidas maniobras acrobáticas realizadas con insultante facilidad, le permiten sortear sin mayores problemas a la abundante competencia de gaviotas, araos, cormoranes, frailecillos, albatros y otras muchas especies que pueblan los litorales europeos.
El charrán es amante del Norte, aunque se le puede ver, no mucho, por nuestra costa vasca, en ciertas épocas del año, presumiendo de señorío y dominando el litoral con su pasmosa agilidad.

El perfil del charrán ártico revela sus cualidades aerodinámicas.
A pesar de su modesto colorido, es un pájaro muy bonito. El charrán es poesía en vuelo, elegante y preciso sobre la superficie marina. Su esbelta silueta con las puntiaguda alas extendidas, más largas en el charrán ártico que en el charrán común, recuerda a un avión de caza. Su cola pronunciadamente ahorquillada, le permite acrobacias sin límite en el aire. Su diseño fuertemente contrastado, con el vientre y garganta blancos, dorso grisáceo hasta el obispillo y cara y píleo negros, así como el borde de las alas, realza esta impresión aerodinámica. Todo en él es una exhibición de la depurada perfección con que la Naturaleza dota a sus criaturas. Aún estamos muy lejos de conseguir una aeronave que se aproxime a sus cualidades.
Básicamente, hay tres especies de charranes, también conocidos como golondrinas de mar: el charrán común Sterna hirundo, que puede verse ocasionalmente en nuestras costas, el charrán rosado Sterna dougallii y el charrán ártico Sterna paradisaea. Sin duda, el que más gusta a los ornitólogos es el charrán ártico y de él vamos a hablar.

Esta especie tenía desconcertados a los científicos de todo el mundo, ya que sus costumbres eran casi desconocidas y por ende, muy difíciles de estudiar al pasar la mayor parte de su vida en el aire. Se conocía que emigraban hasta el Antártico gracias a los ejemplares anillados. Alguno de estos ejemplares anillados en Labrador fue encontrado cuatro meses después en Melbourne. Pero poco más. Hasta que en 2010 Carsten Egevang con un equipo científico, consiguió colocar sensores a varias parejas de estas aves formidables y esquivas. Con apenas 1.5g de peso, estos localizadores no interferían en absoluto con el movimiento del ave ni le molestaban para el vuelo, pesca o reproducción. Carsten halló interesantes datos tras meses de estudios apasionantes.
Migración anual del charrán ártico.

En vida, el charrán ártico realiza anualmente una migración de unos 71000 km, desde Groenlandia hasta el mar de Seawell en la Antártida. Se para a descansar unos días en las Azores y al continuar el viaje al Sur, la bandada se divide en dos grandes grupos: unos se dirigen al Sur por África y otros por América. Se reunen todos en el dicho mar de Seawell, donde permanecen otros cuatro meses, el verano austral. Cuando este toca a su fin, emprenden el camino hacia el Norte. Esto le hace conocer dos veranos al año. Es uno de los animales que más horas de insolación anual recibe.
Para el viaje de regreso, emplea menos tiempo que para la ida. Busca siempre tener a su aliado y protector Eolo soplándole de cola para favorecer su avance.

A lo largo de su vida, unos 34 años, el hijo del viento habrá recorrido la distancia equivalente a tres viajes de ida y vuelta a la Luna.

Un largo canto a la libertad.

Una proeza migratoria que ningún otro pájaro conocido iguala. Tal vez el siempre audaz Vencejo común, al que dedicamos un artículo, sea uno de los pocos que se le pueden comparar, al menos en tiempo de permanencia en el aire y cualidades aerodinámicas. Pero el largo viaje del charrán ártico no tiene parangón en el mundo animal.

Son carnívoros y se alimentan de peces que pescan lanzándose en picado desde el aire. Ocasionalmente no desprecian algún insecto que atrapen al vuelo; los crustáceos marinos y el krill son parte importante de su dieta. Pero además, su agresividad y dominio del vuelo les impulsa a robar con descaro la presa de otras aves u otros charranes, arrebatándosela en el aire, otra peculiar habilidad de este valiente pájaro. También tienen una gran variedad de vocalizaciones; cada charrán tiene su propio canto de llamada, algo muy útil a la hora de encontrar un nido entre millares de ellos. Se distinguen hasta ocho vocalizaciones distintas de alarma, llamada, apareamiento y otras diversas utilidades.
El hijo del viento en acción.

El charrán ártico es monógamo, se emparenta para toda la vida con la misma pareja. El galanteo es complejo con un elaborado cortejo. Tras el noviazgo, anidan en la costa o en la tundra, donde son frecuentemente acosados por los gatos y por las gaviotas que compiten también por el espacio de anidamiento disponible. Para defenderse, suelen anidar en tumultuosas bandadas junto con otros charranes, incluso de otras familias como el charrán común. La pareja se pone de acuerdo en la ubicación del nido antes de aparearse. Ponen de uno a tres huevos que empollan los dos progenitores, que asimismo se dedican indistintamente a la cría de los polluelos.

Son sumamente agresivos y defienden su nido con inusitada fiereza incluso contra animales más grandes; ataca sin dudarlo a las personas, a las que puede infligir molestas heridas punzantes arponeando las cabezas con su afilado pico en estilete entre un ensordecedor griterío. Si quiere sentir lo mismo que en "Los Pájaros", visite una colonia de charranes en plena cría: saldrá con la ropa desgarrada, la piel surcada de profundos arañazos, buena parte de su cabello arrancado a picotazos, un trepidante ataque de nervios y tendrá suerte si no sale tuerto del lance o despeñado tratando de huir de ellos. Recuerde que a pesar de su angelical aspecto son animales salvajes y pueden causarnos graves daños.

Una vez completado su desarrollo, los jóvenes abandonan el nido. Para la ocasión, les reciben jaurías de leopardos marinos que se dan cita anualmente frente a las zonas de anidamiento, esperando el primer vuelo de los nuevos charranes. Muchos caen al agua y son devorados por los fieros depredadores que se dan su festín anual de pájaros.

Los que consiguen sobrevivir a este vuelo, continuarán en el aire, aprenderán a alimentarse por sus medios, emprenderán el camino del Sur junto a sus padres, completarán el fabuloso viaje de regreso al gran Norte y se convertirán en hijos del viento.



martes, 17 de septiembre de 2013

Cosas de Beethoven

Como Shakespeare o Cervantes en literatura, la cumbre de la creatividad musical está representada en Beethoven y Mozart, dos compositores que si los trasladásemos a la música popular de hoy día, aunque suene fuera de lugar, serían como el dilema "Fender o Gibson ¿cuál es mejor?", para que tengan una idea aproximada de las adhesiones inquebrantables que profesan los forofos de estos dos grandes músicos. Adoro a Mozart, pero como su vida privada es muy popular, hoy les hablaré de Beethoven, cuyos méritos no sólo se limitaron a ser el mayor sinfonista de la Historia de la Música, sino que fue el pionero de multitud de mejoras, tanto técnicas como organizativas, e incluso en hacer burradas como la de incluir cañones en el estreno de La Batalla de Vitoria, sin las que la música de hoy día no sería como es.
El más grande. La imagen más clásica de Ludwig Van Beethoven.

Considerado por unanimidad el mejor pianista de la Historia, Beethoven fue contemporáneo de Mozart; de hecho, ambos recibieron clases del mismo maestro que no era otro que el gran Haydn, el creador de la sinfonía. Pero a diferencia de la precocidad de Mozart, el genio de Beethoven se manifestó más en su madurez, sin dejar de ser desde muy joven un cotizadísimo pianista y popular compositor. Beethoven tuvo una infancia muy dura. Su padre, Johann, un mediocre tenor que trabajaba en la orquesta del elector de Colonia, Maximiliano Federico,  estaba obsesionado con que Ludwig llegara a ser un músico famoso y para empeorar las cosas tenía un serio problema con la bebida. Llegaba a casa mamado perdido todas las noches y, levantándole de la cama, entre improperios y golpes, le obligaba a estudiar música. También a tocar el violín ante sus compañeros de borrachera. Pero a pesar de todo, Ludwig no sólo no acabó aborreciendo la música, sino que se convirtió en su refugio y en el instrumento con el que dió al mundo varias de las páginas más bellas jamás escritas.

El genio en pleno arrebato creativo. Su desaliño era incorregible y su salvaje
melena completaba su aspecto que remeda a los rockeros de hoy día.
Cuando se pudo librar de su puto viejo, Beethoven marchó a Viena, como hacía todo músico con aptitudes y serios propósitos de labrarse una fama y un lugar en la Historia de la Música. El ambiente musical en Alemania era impresionante. En Viena ya llevaba años como triunfador absoluto Mozart, mimado por la nobleza. Mozart por aquel entonces frisaba los cuarenta años, era un ídolo ultravenerado y su crítica era ley. Haciendo un paralelismo con nuestra época, era más respetado que Bruce Springsteen, Paul Mc Cartney, Mick Jagger y Bono juntos. Beethoven, con diecisiete años, mal peinado y aire de palurdo, fue presentado a éste como nueva figura del piano recién venida de provincias. Beethoven se sentó al pianoforte y tocó con el brío que le haría el más grande e imitado pianista de todos los tiempos. Mozart, que aunque no era mal pianista lo suyo era en realidad el clavicordio, impresionado ante el talento aún en bruto pero clarísimo del melenudo muchacho, dijo con su sorna habitual: -No pierdan de vista a este muchacho. Algún día logrará que el mundo entero se fije en él"-. Y probablemente culminó estas inquietantes y premonitorias palabras con una esnifadita de rapé seguidas de un sorbito de clarete.

Sin embargo, nunca fueron rivales, porque Beethoven, que tenía tanto carácter emprendedor como talento musical, ideó una nueva manera de ganarse la vida. Se negó a ser mantenido por un mecenas y, tras conseguir cierto dinero con sus ahorros de profesor de música y concertista en selectos salones, alquiló un teatro y puso entradas a la venta para todo el que quisiera asistir a la función. Una osadía a la que nadie, ni siquiera el gran y excéntrico Mozart, se había atrevido jamás. Nacieron los conciertos públicos como los conocemos hoy día. Por primera vez, la música salía de los salones de las grandes casas de la nobleza y se interpretaba para el gran público que, como se ha visto y se ve hoy día, tiene tan buen o mal oído como el noble. Beethoven fue el primer compositor que vivió de su música y además se hizo bastante rico con su idea.
El Incidente de Teplitz. Beethoven se negó de muy mal humor, a inclinarse 
ante el primer ministro Metternich, mientras que Goethe, que le acompañaba 
en su paeo por el famoso balneario, le saluda efusivamente, lo que Ludwig
consideraba indigno de él. El episodio ilustra la relación del músico con las 
clases dominantes, a las que nunca estuvo sometido.

El éxito fue enorme, aplastante, y los demás compositores de renombre, viendo dónde estaba el porvenir en el Arte, no tardaron a imitar su ejemplo y el gran público no tardó en tararear las melodías que antes habían estado vedadas al deleite de las clases más acomodadas. Entró por la puerta grande en la Historia de la Música, una puerta hecha a su medida. En aquel histórico concierto interpretó solo, ante el público voraz de oír buena música, sus sonatas y conciertos para piano, entre otras la famosa "Claro de Luna". Pero para este nuevo ámbito, los pianos que se fabricaban entonces no eran suficientes al gusto de Ludwig, que buscando más sonoridad y fuerza en su expresión, tocaba con tanto brío que solía romper con frecuencia los percutores, las cuerdas y hasta ambos a la vez. Quería un verdadero instrumento de concierto. Así que habló con el mejor fabricante de pianos de Alemania y mandó construir un pianoforte mucho más grande, resistente y completo, con una caja mucho mayor, aunque no tan grande como las actuales, un pedal más: el amplificador con la placa de hierro fundido que aumenta la sonoridad del instrumento en los momentos de brío requeridos, y añadió varias escalas más al teclado. El pianoforte como lo conocemos hoy día empezó con él. También fue el primero en utilizar sistemáticamente el nuevo invento del metrónomo, innovación imprescindible a partir de aquel momento para todo estudiante, aficionado o profesional de la música.
Partitura original de "Claro de luna", célebre sonata para piano.

Así, el 22 de Diciembre de 1808, en el Teather an der Wien tuvo lugar uno de los más importantes conciertos de la Historia de la Música de todos los tiempos, como gusta decirse ahora. En aquel recordado concierto, más de cuatro horas de música exclusivamente suya, Beethoven interpretó la Sinfonía nº 6, Pastoral de entrada; siguió con el aria de concierto Ah! Pérfido, seguida de dos movimientos de la Misa en Do Mayor y el Concierto para piano nº 4. Conluyó con la Sinfonía nº5 y la Fantasía coral. Era el fin del Barroco y el Romanticismo entraba de lleno en la cultura europea para airear el vetusto ambiente, con una nueva concepción de la música y la composición mucho más atrevida. La Sinfonía fue el género que triunfó en este nuevo mundo donde las ciudades empezaban a iluminarse por la noche y las Ciencias avanzaban hacia nuevos descubrimientos que repercutirían en la manera de pensar general y en el lugar que el Hombre buscaba para sí mismo en el mundo. Y nadie como Beethoven llegó tan alto en la expresión, manejo de la orquesta, innovación en las formas musicales y otras dificultades que requiere la composición de sinfonías, un género hecho para él en el que creó sus mayores obras maestras: sus famosas nueve sinfonías que todo el mundo conoce, especialmente el primer movimiento de la nº5 y la coral final de la nº9, el famoso "Himno a la alegría" con letra del poeta alemán Schiller. Consciente de su poder, consideraba la música como un vehículo para la dispersión de sus visionarias ideas morales y políticas. La sinfonía era el género perfecto para ello. Dejó tan alto el listón que hubo que esperar hasta Brahms, otro gran sinfonista e innovador,  para volver a escuchar sinfonías que merecieran la pena, por fin alejadas en lo posible de la enorme influencia de Ludwig Van Beethoven.
Amores apasionados: aunque sus alumnas caían rendidas a sus pies
sus excéntricos modales les acababan por asustar. Nunca se casó.

Beethoven no se casó ni se le conoce descendiente alguno. Tampoco era maricón, como Tchaikowski que tuvo serios problemas por su condición sodomita. Lamento decepcionar al colectivo gay o a los cotillas malpensados. Tuvo varios amores tórridos con sus fascinadas alumnas de clase distinguida que terminaron sin compromiso, ya que ellas, aunque se derretían por el ímpetu y pasión del genio acababan asustadas de sus bruscos y excéntricos modales, así que se tuvo que conformar con ver que sus palomitas huían con otro tipo más convencional o más guapo que él. En realidad, era demasiado genio como para perder el tiempo con mujeres, no tenía tiempo para tomarse en serio una relación formal y mucho menos un matrimonio, con las responsabilidades familiares y sociales que ello conlleva, unas complicadas normas de etiqueta que no eran para él. Estaba casado con su arte y sólo vivía para la Música, a pesar de que su fortuna llegó a ser cuantiosa, ser popular, buen conversador incluso apasionado; no era un tipo para nada aburrido y sin ser un crápula como Mozart, ocasiones no le faltaron. Para colmo, su sordera le llevó a aislarse cada vez más de las tumultuosas reuniones sociales a las que era inevitablemente invitado. En sus últimos años, apenas salía o paseaba por lugares donde sabía que no se encontraría con nadie y llevó su rechazo a la vida social hasta el extremo. Su desaliño y melena salvaje a la par que seducían a sus jovencitas alumnas, frecuentemente le llevaron a ser detenido por la policía, confundido con cualquier vagabundo o maleante callejero. La famosa Elisa, a la que escribió la archiconocida sonata para piano, no era su novia ni amante, ni estuvo enamorado de ella; se trataba de una alumna suya que le pidió unos ejercicios para perfeccionar el piano, y él le compuso esta pequeña sonata sin título, en cuyo encabezamiento llevaba escrito "para Elisa", en referencia a la destinataria. La pieza pronto se hizo muy popular y se pedía con ese título, con el que finalmente ha pasado a la Historia de la Música.

El 26 de Marzo de 1827, murió enfermo de neumonía y cirrosis. Su funeral y entierro congregó a miles de personas, toda Austria rindió homenaje al compositor que tuvo unas pompas fúnebres dignas de un jefe de Estado.
Su funeral fue multitudinario, miles de personas despidieron su ataúd y tuvo las honras fúnebres de un jefe de Estado.
Ya tienen suficiente como para empezar a indagar en la vida de este extraordinario músico y personaje, en cuya biografía encontrarán regocijantes anécdotas que les harán pasar un ameno rato de ocio, bastante más interesante que ver idioteces aburridas en la tele y mucho más divertido que ir al bar más de la cuenta, a gastar los cuartos de mala manera. Por supuesto, no se pierdan su música y no dejen de hacerse con una buena edición de sus sinfonías y obras principales o sus sonatas para piano interpretadas por algún músico de calidad. No compren mediocridades. Las mejores grabaciones son las de Deustche Gramophon, la discográfica más importante de la Música Clásica; si no las encuentra en esta prestigiosa casa, pruebe en DECCA, la otra gran compañía de Clásica tan prestigiosa como la alemana;  EMI Classics y Phillips también tienen buenas ediciones en sus catálogos. Las mejores orquestas que han interpretado sus sinfonías han sido, por supuesto, la Orquesta Filarmónica de Berlín y la Orquesta Sinfónica de Londres; son las que han dado su dimensión más completa y grandiosa a estas complicadas y grandes composiciones. También pueden ser de su agrado la Orquesta Sinfónica de Boston, la Philarmonia Orchestra, especializada en grabaciones, y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, más especialista en otros compositores. El mejor director para Beethoven ha sido sin duda Herbert Von Karajan, aunque hay otros que han dado versiones muy interesantes, como Lorin Maazel, Frerenc Fricsay o Baremboim, entre otros muchos grandes directores que lo han interpretado. Procuren usar siempre que sea posible, un buen equipo estereofónico y si usan auriculares, intenten que sean de la mejor calidad posible, de esos con grandes cascos que tapan las orejas cómodamente. También pueden ponerlo como música ambiente en casa, compartiéndolo con toda su familia a quien sin duda, agradará la idea. A los niños les encanta la música clásica.