sábado, 21 de diciembre de 2013

Plato Putorana, paraíso del Yenisey.

Desde siempre he admirado enormemente la cultura rusa. Sus profundos escritores, su música evocadora y grandiosa, su avanzada ingeniería, su estilo de vida sencilla, su gusto por las ciencias y las matemáticas, su amor por los deportes. Los pueblos del Norte tienen en la gran Rusia una referencia, una casa, una madre. Rusia se debe a sí misma tanto como Asia y Europa se deben a Rusia. La enorme extensión de este país hace que la explotación de sus inconmensurables recursos naturales se convierta en una aventura de incierto final, con las cuentas de resultados siempre en la línea divisoria de lo ruinoso y lo más o menos rentable. Sólo la organización de un Estado potente como fue la U.R.S.S. posibilitó el desarrollo de las grandes extracciones y la consiguiente industria pesada. No había capital privado lo suficientemente osado como para intentar explotar la rica minería siberiana, en el infierno helado durante diez meses, en los que hombres y máquinas acaban sucumbiendo ante los elementos, y convertido en un cenagal impracticable infestado de nubes de mosquitos durante los otros dos tibios meses de verano. Así, surgieron las ciudades mineras siberianas, en lugares en los que de otro modo nunca hubiera existido asentamiento alguno, ni humano, ni animal.

En un país como Rusia, los grandes ríos resultaron providenciales para solucionar el transporte y el más importante de todos es el río Yenisey, impresionante arteria fluvial de unos 4.185 kilómetros, navegables casi en su totalidad.
A pesar de permanecer helado en la mayor parte de su trayecto durante seis meses al año, el Yenisey continúa siendo una de las vías de comunicación más importantes y transitadas de Rusia, con puertos en importantes ciudades como Krasnoyarsk, Kyzyl, Bratsk en su caudaloso afluente Tunguska tan amplio como el Ebro o el Danubio, Yeniseisk, Igarka, la gélida Norilsk, Dudinda, Ust Port y la ciudad de Dickson en su desembocadura en el Mar de Kara, ya cerca del Polo Norte, con la Península de Taimyr al Este y la Península de Gydansk al Oeste. El Yenisey con sus afluentes atraviesa los estados de Irkutsk, Yakutia y Krasnoyarsk, que se benefician de sus generosas aguas, caudalosas y con abundante pesca. El tráfico de barcos es contínuo, tanto de pasajeros como por supuesto de toda clase de mercancías. Numerosos cruceros turísticos atraviesan su curso cada año para disfrutar de sus fascinantes paisajes y muchos de ellos tienen como destino el remoto parque natural de la Meseta de Putorana, al Este de la misteriosa ciudad de Norilsk.

A Norilsk, la capital del níquel, que en realidad está a unos kilómetros del puerto de Dudinka, en efecto y aunque parezca increíble se sienten impelidos a ir una creciente multitud de turistas por diversos motivos: unos desean visitar la surrealista ciudad, con amplias avenidas y plazas y feos edificios del oficialismo soviético, y comprobar in situ las impresionantes condiciones climáticas de la ciudad, especialmente en invierno cuando el termómetro desciende a menos cuarenta grados centígrados durante varios meses. Allí los niños, a primera hora de la cruda mañana invernal, son estimulados a desnudarse en el jardín o en el patio de la escuela y a arrojarse entre ellos cubos de agua helada, ejercicio que todos se toman con alegría y sana deportividad, presumiendo de su resistencia, sabiendo que endurecerse y acostumbrarse al frío significa la supervivencia en esas latitudes. Las niñas se bajan el bañador hasta la cintura o se despojan de él para demostrar ante los chicos que son tan valientes como ellos y no temen el gélido contacto del agua directamente sobre su pecho desnudo. Los chicos más valientes, ante el regocijo general, se quitan todo y entre gritos y risas vierten el agua deshelada sobre sus pobres genitales.
Luego, se frotan enérgicamente con sus toallas mientras corretean para activar la circulación y entrar en calor. Tienen una salud de hierro. No existe apenas la enfermedad entre ellos, jamás tienen que acudir al médico salvo para obtener un certificado de defunción y además salen  de lo más espabilado e inteligente, ya que esos choques extremos contra el frío obligan a reaccionar al cuerpo y estimulan tanto las defensas como la actividad cerebral.

Norilsk tiene a pesar del gélido clima, muy buen ambiente nocturno y oportunidades laborales no faltan. Sus habitantes ponen al mal tiempo buena cara y acuden en tropel a los bares y discotecas que no faltan allí. Es fácil conseguir sustancias prohibidas para aliviar siquiera por unas horas la terrible soledad siberiana. Al ser una ciudad tan aislada, atrae a los aldeanos y nómadas de los alrededores y en los fines de semana la noche es intensa en la ciudad con los locales abiertos hasta el amanecer.

Otros, pernoctan en Norilsk o Igarka para al día siguiente fletar un helicóptero que les dejará con su equipo de acampada y supervivencia en uno de los lugares más prístinos del planeta: la meseta de Putorana.

La Meseta de Putorana se encuentra al norte de la provincia de Krasnoyarsk, donde apenas llega el verano y el humano jamás ha realizado asentamiento ni exploración alguna. Comprende los Montes Putorana, cuya máxima altitud es de 2037 metros, algo menos que nuestra Sierra de La Demanda, pero bastante más frío y sobre todo, extremadamente aislado del resto del mundo. Un lugar al que solo se puede acceder en helicóptero, que deja a su suerte al viajero al que viene a recoger en una fecha y hora estipuladas de antemano. Una vez allí, el viajero depende solo de sí mismo y del equipo que haya sido capaz de transportar, no hay comunicaciones de ninguna clase. Las emisoras de radio son confusas y caóticas. El primer cable eléctrico queda a más de mil kilómetros de distancia, no existe cobertura telefónica, ni GPS, ni nada de nada. Las brújulas ordinarias de parafina se congelan y no funcionan. Sólo el bravo río Kureyka, afluente del Yenisey, es el único enlace con la civilización a cientos de kilómetros de distancia.

Pero a cambio, el viajero disfruta de un paisaje que hollará su pie por primera vez antes que ningún otro pie humano lo haya hecho; un paisaje primigenio de suaves colinas cubiertas de hierba y cristalinos lagos en los que por primera vez beberá sus aguas un ser humano y se bañará en ellas. Lagos que nunca han conocido la huella de pies humanos en sus orillas, sólo los renos y el raro muflón del Putorana pastan por esos lares. Y eso tiene su precio, viajar al Putorana requiere una serie de permisos en los que el gobierno ruso saquea a su gusto al pretendiente de viajar allí. También es muy caro el equipamiento que se debe acarrear, todo ello preparado para condiciones extremas de frío, viento helado, nieve y hielo. Así que es un viaje reservado a los aventureros pudientes que buscan sensaciones únicas y que desean ser el primero que con toda seguridad se baña en uno de los miles de lagunas vírgenes de Plato Putorana, pesca en sus aguas o camina por sus estepas, seguros de no encontrarse con ninguna otra persona en el tiempo en el que estén disfrutando de su estancia en el parque. Tal vez puedan, con mucha fortuna, vislumbrar en la distancia un rebaño de muflones del Putorana, tímidos bóvidos en serio peligro de extinción, que huyen en cuanto olisquean al humano a cientos de metros.

Es preferible visitarlo en otoño, con las primeras heladas, ya libres de las molestas nubes de mosquitos que martirizan a los viajeros en verano. Se pueden ver caer las primeras nieves en las cimas de los montes, lo que indica que se aproxima el invierno en el Hemisferio Norte. También se puede disfrutar del espectáculo de la aurora boreal en todo su esplendor. No olviden ir armados con un buen rifle y una defensa eléctrica, un oso podría ponerles en serias dificultades si tiene hambre o descubre que están indefensos. Pueden tratar de ignorarle pero si está hambriento, será peligroso y cuando menos se pondrá bastante pesado. Aunque cambien de lugar su campamento, les perseguirá obstinadamente, recuérdenle quién es el que manda con unos disparos o con unas descargas eléctricas y no cruzará la línea de seguridad que le impongan. Jamás retrocedan ante él ni hagan ademán de huir, pues entonces sabrán que son más débiles y les devorarán. Y nunca le den de comer, ya no se lo podrán quitar de encima. Si se ven atacados por un oso, tienen pocas posibilidades de sobrevivir, pero si tienen la sangre fría y el valor necesarios, pueden ponerle a sus pies. Mientras se entretiene tratando de devorar su brazo, en lugar de ponerse a dar alaridos lo que debe hacer es usar su otra mano libre, la que no se está comiendo el oso, para con sus dedos atraparle la trufa de la nariz y retorcérsela con todas sus fuerzas. El oso sentirá tal dolor que le soltará automáticamente, pero todavía no le suelte usted a él, en ese momento háblele con calma  o no le diga nada mientras le inflinge un dolor insoportable y mantiene su mirada amenazadoramente contra la suya para que comprenda que es usted el que podría cazarlo a él, hasta que se ponga literalmente de rodillas ante usted. Piense que si no consigue someter al oso y aprovechando que le suelta, trata de huir, este le dará caza fácilmente y entonces no habrá segunda oportunidad; así que siga retorciéndole con saña la trufa de la nariz: el animal lanzará unos chillidos ensordecedores, pero usted le mirará desafiante a los ojos, probando su sumisión aflojando o apretando hasta que la bestia comprenda que ya ha tenido suficiente, que si intenta lanzarle un zarpazo apretará aún más y sabrá que ha perdido ante su superioridad evolutiva.
La otra manera es más drástica y se necesita mucho más valor, un buen cuchillo bien afilado y la destreza de un cosaco. Aprovechando que los brazos del oso son muy largos, láncese contra él cuchillo en mano, abrazándose a su vez mientras le hunde el cuchillo con todas sus fuerzas en el corazón. Permanezca abrazado a él y cuando sienta que afloja empújelo hacia atrás para que no se le caiga encima, piense que pesan cerca de cuatrocientos kilos, y apártese con rapidez porque su último hálito de vida podría llevar incluido su último y letal zarpazo.

Hay también osos blancos, más grandes, feroces y peligrosos aún que el pardo. Ante su aparición, refúgiense en una cabaña sólida y cierren las persianas de madera. Tardará varias horas o en el peor de los casos un par de días en marcharse, cuando se convenza de que la comida está demasiado difícil.
Pero el animal más peligroso en esas latitudes boreales es el lobo, astuto e implacable que siempre trabaja en equipo. Si se ve rodeado por una manada, la única opción que tiene de sobrevivir es contactar por radio lo más rápidamente posible con el helicóptero o el ejército y ser evacuado antes de que sólo encuentren de usted un montón de huesos roídos sobre la tierra helada. Para estos cánidos, el humano es una presa natural, les parecemos comida como a nosotros nos la parece un jabalí, unas perdices o un conejo de monte. Dispare a uno, escoja un macho fuerte, apunte bien y procure matarle al primer disparo, los demás se alejarán durante un rato, nunca el suficiente como para que no le puedan dar alcance fácilmente si intenta huir lejos; luego volverán y devorarán la carroña, tal vez eso le salve la vida. En cualquier caso, procure ser evacuado lo antes posible, antes de que se den cuenta de que sólo los puede matar uno a uno.

Por supuesto, las cámaras para inmortalizar la estancia son imprescindibles. Intenten llevar un buen equipo de grabación con varias cámaras y un par de ordenadores para ir procesando sobre la marcha. Procuren que siempre haya una grabando, ya que en esos lugares nunca se sabe qué y cuándo puede ocurrir algo interesante. Montando bien las imágenes obtenidas les quedará un interesante documental de su viaje que, por qué no, tal vez puedan vendérselo a alguna televisión que le interese. Hay muy pocos documentales sobre el Yenisey y aún menos sobre la Meseta del Putorana; tal vez puedan incluso rentabilizar su viaje exhibiendo su documental. Si lo consiguen, no tardarán en plantearse un nuevo reto aún más atrevido y peligroso, también en la inconmensurable Siberia: el río Lena, prácticamente inexplorado.

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