lunes, 24 de febrero de 2014

La plaga del Speed.

Más de cien mil personas fueron arrasadas durante los años 80 y 90 debido a la plaga de la heroína que campó a sus anchas por las calles de todas las ciudades españolas durante ese período. Entre las sobredosis, el jaco adulterado, las enfermedades por la mala vida y la devastación física que produce su adicción y la aparición del SIDA, toda una generación de jóvenes sucumbió ante este poderoso agente de control social, más o menos permitido por los estados según convenga neutralizar a posibles elementos subversivos, lo que abundaba en esa época, en plena transición a una Democracia que nunca acabó de llegar. Cuando la heroína ahorró suficiente trabajo sucio a la policía, el Estado empezó a intervenir satanizando todo lo que tuviera que ver con ella. La eficacia en esto fue notable y hoy día esta perniciosa droga está prácticamente fuera de circulación.


¿Aprendimos la lección? ¿Formamos tras la mortal debacle una sociedad sin drogas ni adicciones? No. Radicalmente, no.

Foto: B.R. el Blog de Bernar
Y es que está claro que en España no se fomentan esa clase de valores. Aquí es más importante mantener al máximo de población posible en el limbo de la ignorancia, la juerga y la francachela. Y para tanta juerga, hacen falta ingentes cantidades de alcohol y por supuesto, de drogas. Pero sin heroína, por favor, que es muy mala. Como si las demás drogas fueran buenas para algo. En un estado tan corrompido como el nuestro, pronto se encontró un sustituto adecuado que continúa ejerciendo el trabajo sucio del control social y procurando pingües beneficios a miserables que medran a costa del dolor ajeno, nutriéndose del dinero de los salarios duramente ganados, que en un alto porcentaje acaban en sus bolsillos engordando las cuentas de los principales narcotraficantes del mundo y de paso haciendo un buen agujero en el PIB del país. Si el dinero que acaba en manos de los narcos regresara a las manos de quienes no deberían habérselo gastado, no habría crisis, o al menos no la crisis que tenemos montada. En épocas de bonanza, a la heroína la sustituyó rápidamente la cocaína. Pero la cocaína es cara. Había que encontrar el gran estupefaciente barato para todo el mundo e igual de atractivo que la cocaína, con la misma baja percepción de riesgo que entraña su consumo y la misma aceptación social que la glamurosa nieve en polvo sudamericana.

Y entonces, se abrió la válvula a los nuevos traficantes de una nueva droga muy barata de producir y con bajos precios en el mercado: el Speed y la Metanfetamina o MET.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Así hemos llegado a la situación lamentable que encontramos hoy día, con miles, tal vez millones de adictos que recurren a estas variantes de la amfetamina para sobrellevar el vacío existencial de cada día, en una sociedad que no ofrece ni grandes oportunidades laborales, ni buenas alternativas de ocio, ni un tejido cultural bien estructurado, ni una buena educación general.

Tanto el Speed como la Metanfetamina se obtienen a partir de la efedrina o de la pseudoefedrina, sustancias estimulantes naturales extraídas de la efedra, una mata frecuente en los descampados. Estas sustancias base, son componente frecuente en multitud de preparados farmacéuticos que se adquieren sin receta médica. Así que para el fabricante es fácil hacerse con un buen lote de efedrina y pseudoefedrina a muy bajo coste y luego, en la cocina de su casa, con productos de lo más común y un par de cazuelas, realizar la reacción química sencillísima para transformar estas sustancias y precipitar la cristalización de la Metanfetamina. Al fabricante-traficante la producción le sale a un coste tan ridículo que roza lo gratuito. Luego, una vez secada la cristalización, se dispone en papelinas para su venta en la calle a unos 20€ por gramo; mucho más barata que cualquier otra droga, incluyendo el hachís o la marihuana. Es tan fácil de hacer y tan poco perseguida por la policía que miles de adolescentes y no tan adolescentes se han lanzado a este mercado donde se obtienen rápidos beneficios sin prácticamente inversión. De hecho, no hay un aula en Bachillerato o incluso en Educación Superior donde falten un par de trafiquetas. Pero a pesar de su popularidad y de su aceptación social, esta droga no está exenta de peligros. De hecho, es tan devastadora como la heroína o incluso más.

Aparte del deterioro social que supone una adicción hay hechos científicos irrefutables que prueban el terrible deterioro físico que produce una adicción continuada al Speed y la MET. ¿Han visto alguna vez la autopsia de un adicto? Nosotros sí y es algo que no se olvida con facilidad.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Aparte de la descomposición orgánica habitual en toda adicción, como los daños hepáticos, pancreáticos, dentales o musculoesqueléticos, lo realmente llamativo de la autopsia llega cuando se trepana el cráneo y queda el cerebro al descubierto. Es ahí donde mejor se aprecia la devastación física que produce esta droga, cuando se observan las amplias zonas encefálicas convertidas literalmente en una papilla celular, con zonas del tamaño de pelotas de golf completamente diluidas con el aspecto del yogur batido. Quienes llegaron a este estado, pasaron sus últimos meses en estado vegetativo, babeando, incapaces de articular palabra alguna, con su inteligencia reducida a la total idiocia, cagándose y meándose encima, atados a una cama o a una silla de ruedas. Sí, atados a una silla de ruedas: incapaces de sostenerse sentados.

Todos por desgracia conocemos uno o varios casos de personas que se vuelven intratables tras varios meses de consumo más o menos continuado. O personas que dicen vehementemente una tontería tras otra como si fueran indiscutibles dogmas de fé, ya que la sobreestimulación cerebral les hace creerse listos de repente y la mayor simpleza les parece de una profundidad que ni los Diálogos de Platón. Es uno de los efectos más típicos de la Pichu. Esto significa que la droga ya ha producido una lesión cerebral irreversible que si continúa el consumo, sólo empeorará. Si el adicto lo deja en ese punto, ya se habrá condenado a sí mismo a tener que sobrellevar una paranoia o un principio de esquizofrenia más o menos controlable por un psiquiatra. Aún así, habrá frenado a tiempo y con el tratamiento médico adecuado podrá vivir con cierta normalidad. Pero si no se detiene ahí y continúa en su pecado, la droga continuará su trabajo de destrucción neuronal hasta convertir al adicto primero en un verdadero estúpido y finalmente en el despojo humano que
Foto: B.R. el Blog de Bernar
antes describíamos. Y esto por desgracia, es tan frecuente que ya nos parece hasta normal: jóvenes que un buen día montan la de Dios es Cristo en el trabajo, en la escuela o en la familia, llegando incluso a la pelea o peor aún, al asesinato, incapaces de controlar un cerebro que ya actúa por su cuenta desconectado de todo atisbo de sentido común. Muchachas con la libido desbocada por efecto de la droga que buscan sexo con cualquiera y dan rienda suelta a sus más sucias fantasías con desconocidos y luego, cuando recobran la normalidad, se enfrentan a la dura realidad de la vergüenza por los actos cometidos, eso si no han quedado encintas vete a saber de quién. Muchachos que acaban en el suicidio, en la cárcel o en el juzgado con una buena multa y un parte de lesiones a abonar. Padres de familia que creen estar así en la onda juvenil del colegueo y el buen rollito, que llegan a casa asegurando que ven extraterrestres en la Luna o revelaciones por el estilo, cuando en realidad no se dan cuenta de que sus propios hijos los miran, se avergüenzan de ellos y quedan traumatizados, acabando con harta frecuencia en los malos tratos, el divorcio o el extremo que tanto vemos hoy día, de matar a la esposa o a toda la familia en un arrebato, o quemar la casa, la empresa o el monte. El Speed y la MET suelen estar detrás de las altas tasas de maltrato conyugal o familiar que tanto llaman la atención en nuestro civilizado país. También de muchos de los delitos con violencia que proliferan a lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Más llama la atención la escasez de decomisos policiales practicados en relación a esta droga. Parece que queda mejor ante la televisión decomisar grandes alijos de cocaína o hachís y arrasar plantaciones clandestinas de marihuana que iniciar un plan de lucha serio contra esta plaga, mucho más importante que las otras por la facilidad con que se obtiene y fabrica, y por los espectaculares beneficios ilícitos que genera, lo que como antes indicábamos, supone un buen mordisco en el PIB nacional, ya que buena parte de los salarios son tragados por los traficantes, lo que en la práctica es como tirar ese dinero por el desagüe. Para la policía hay que decir que no es una lucha fácil: no se enfrentan a grandes clanes de narcos como es el caso de la cocaína, el hachís o la heroína. Ocurre como con la marihuana, hay cientos de pequeños productores muy difíciles de controlar y aquí es fundamental la colaboración ciudadana y la tolerancia cero ante la aparición de un traficante. Pero la marihuana es un buen ansiolítico, es socialmente tolerable, es fácil tratar su abuso y de hecho, si cada consumidor cultivase su pequeño jardín, desaparecería su tráfico ilegal.

Hay que meterse en la cabeza que el Speed no tiene ni de lejos la inocuidad de la marihuana o el hachís, drogas que en realidad no crean ningún problema social ni hacen peligroso a nadie y en determinadas dosis son hasta beneficiosas y de uso medicinal probado. Si despertamos de nuestro letargo, si nos damos cuenta del peligro social que supone la presencia de un traficante y avisamos a la policía en lugar de tolerarlo pensando que eso no es tan malo como la heroína, estamos haciendo varios favores: al adicto evitando que tenga acceso fácil a la droga, lo que le obligará a abandonar el hábito a tiempo; al traficante que procurará regenerarse a poco inteligente que sea y a la sociedad que somos todos, promocionando unos hábitos saludables y rechazando el Mal en una de sus más perversas variantes. Luchemos contra estas drogas y erradiquemos el Speed y la Metanfetamina de nuestras calles.

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