¡Ah, la España profunda, oculta y esotérica! ¡Cuantos parajes llenos de leyenda y mito! Esa España del misterio y el crimen, de pueblos perdidos entre colinas que encierran valles aislados, villorrios abrasados bajo el sol en llanuras interminables y aldeas de montaña que parecen tribus sin occidentalizar; sustantivos de lugares que al pronunciarlos en voz muy baja y respetuosa provocan que se santigüen las viejas, los viejos suspiren o meneen la cabeza entornando los ojos y mascullando blasfemias entre dientes; que hasta el mozo más viril apriete los labios y componga una faz fúnebre acorde con los infaustos recuerdos que son inherentes al terrible nombre pronunciado.
Ochate es uno de los clásicos del género. Es un curioso caso de aldea cuya desaparición es justo lo que la ha puesto en el mapa. Ochate es uno de tantos anodinos poblamientos que jamás hubiera entrado en la fama de no ser precisamente por haber dejado de existir, ya que en vida del pueblo nunca se oyó hablar de esta aldea, como nunca se oye hablar de cualquier otra aldea hoy día poblada del burgalés condado de Treviño.
Es esta una tierra grisácea cenicienta, muy fértil, con extensas fincas dedicadas al trigo y cerezos bordeando las carreteras. Hay valles poco profundos por cuyo fondo discurren riachuelos subsidiarios del Zadorra y colinas suaves cubiertas de una vegetación esteparia que delata el duro clima mesetario del Condado. Abunda el brezo bajo, el cardo común y el té de monte; el bosque fundamentalmente de encinas ocupa una buena parte del territorio, así como sabinas aisladas en la estepa, y en las riberas fresnos, sauces, algún aliso y las frescas choperas típicas de Castilla. Una vez en La Puebla, tomamos una carretera secundaria e iniciamos la exploración con frecuentes paradas para consultar el mapa y disfrutar del paisaje grandioso y árido.
Llegar allí no es fácil, aunque tampoco muy difícil. Para empezar, al ser una población extinta no aparece en los mapas de carretera. Es mejor recurrir a los mapas topográficos donde al menos aparecerá el valle, curso fluvial y destartalada pista que lleva hasta el lugar. Nosotros no teníamos más que el de carreteras pero preguntando se llega a Roma y las gentes de los pueblos de alrededor están más que acostumbrados a las regulares visitas de turistas de aire un tanto funesto, así que pronto le indican a uno, casi sin preguntar, la dirección correcta.
Porque aquello es una verdadera peregrinación de individuos del más raro pelaje que la especie humana haya dado. Todas las variantes del pazguato se dan cita aquí: grupos de aficionados al esoterismo con instrumental a punto de psicofonía, simples curiosos, chavales en la onda Nu y siniestra que parecen ellos mismos una aparición, ayudando a fomentar así la fama del lugar; bulliciosa grey adolescente con ganas de experiencias terroríficas, sus tiendas de campaña, sus drogas y sus cargamentos de bebidas y en fin, toda suerte de colgados y chiflados ávidos de creer en lo que sea, que canuto de maría en mano, pasan allí la tarde esperando volver a sus barrios con algo bueno que contar.
Algunos de verdad, son un tanto desasosegantes.
-He sentío una presencia, he sentío una presencia- afirma uno, ensombrecido, como en un conjuro. Parece sumido en una honda preocupación que sólo él entiende.
-No me extraña, con tanta gente...- replica un listo con bigote y aspecto de oficinista a quien acompaña una mujer con un vestido estampado verde y sandalias blancas de tacón alto, bolso a juego, muy maquillada. De esas percheronas cuarentonas con culo gordo que parecen siempre enfadadas. Sus hijos corretean arriba y abajo por el lugar.
-A mí me se aparesió un muerto ahí mesmo, dentro la torre- asegura un majadero.
-¿No sería uno de esos de ahí?- señala otro hacia los chavales Nu.
Sobre la gastada pared de la torre, lo único que queda de la iglesia, una críptica frase siniestramente rotulada en sangrienta pintura roja: Iker Miente. Trago saliva mientras un escalorfrío recorre mi espinazo.
Otro, de edad indefinida, con la mirada perdida en el infinito, susurra gravemente como si maldijera.
-Aquí hay algo,... sí... aquí hay algo- junta los dos dedos índice sobre su frente - Ommmm... ommmm...- parece como si estuviera a punto de entrar en trance alfa. Por si acaso, me aparto. Entonces extiende los brazos hacia adelante como tratando de aprehender algo intangible.
Luego se vuelve y blasfema en voz alta con los ojos muy abiertos. Los adolescentes ríen jijijí ellas, jojojó ellos. A mí este tipo me da pena, la verdad.
Paseo por lo que fue el casco urbano de la aldea. El acceso es difícil ya que se asienta sobre una ladera en posición defensiva, colgado sobre un pequeño risco. La destartalada carretera se corta medio kilómetro antes del pueblo y a partir de ahí un sinuoso camino lleno de socavones que se estrecha más y más hasta ser un sendero paralelo a un arroyo de claras aguas. Este se corta abruptamente y se convierte en una angosta entrada entre el roquedo y el barranco que forma el arroyo. Tras este pasadizo escarpado se encuentra uno en el mismo centro del villorrio que forma una plaza con la iglesia presidiendo el conjunto. De la iglesia sólo queda la torre, sin ningún valor artístico, que se encuentra en un estado tan lamentable como todo lo demás; se mantiene en pie de milagro así como las cuatro paredes semiderruidas que quedan de lo que fueron casas. Al abrigo de una de estas paredes han acampado los Nu, esperando la noche poblada de historias de aparecidos y almas en pena; en la finca de al lado se aprecian los restos de algun vivac parecido. Seguro que aquella noche alguien oyó ruidos extraños en Ochate.
La historia verdadera es menos romántica y por desgracia, bastante más terrible. Ochate nunca fue una aldea con recursos. A su secular pobreza se unió una devastadora epidemia que acabó con buena parte de su población, lo que les ocasionó un total aislamiento por parte de los pueblos de alrededor. La indiferencia de las autoridades terminó el trabajo. Los pocos sanos que quedaron no tardaron en arreglárselas para huir de allí para no volver jamás. Nadie reclamó nunca ni fincas, ni casas, ni propiedad alguna, lo que unido a la creciente fama de la maldición del villorrio facilitó a los vecinos de los pueblos colindantes el hacerse con los terrenos de Ochate, pocos pero fértiles y buenos para trigo y pastoreo. Así la desgracia de unos contribuyó al beneficio de otros, como tantas veces ocurre. Ni extraterrestres, ni aparecidos, ni nada de nada.
Pensando en todas estas cosas el sol llega ya a su ocaso y se nos empieza a hacer tarde. El atardecer desde estas colinas peladas es intensamente rojo y su contemplación justifica el paseo hasta allí. Venus ya brilla sobre el Este cuando dejamos atrás el bullicio creciente de los acampados cuya excitación aumenta según las sombras invaden el lugar; al rato y ya en la lejanía podemos oir sus gritos y risotadas, únicas presencias perturbadoras en la silenciosa noche castellana. Cuando cogemos nuestro coche llegan al mismo tiempo el listo con bigote, su enfadada mujer y sus dos hijos que retozan a su alrededor; en un momento dado, llama a uno de ellos y le reprende, le da una bofetada y se meten todos en el coche. Nos miran torvamente al pasar a nuestro lado y desaparecen en el camino polvoriento.
Al regreso nos detenemos en La Puebla de Arganzón donde reponemos fuerzas con unos buenos bocadillos de excelente queso de oveja y unas cervecillas. Lo hemos pasado estupendamente sin gastar un dineral ni irnos muy lejos.