Especialmente cuando sometemos a una especie a la especulación comercial siguiendo los dictados de la moda del momento. Les pongo un ejemplo que les dará que pensar. Hace no muchos años las calles se llenaron de bellos perros Husky, Samoyedo y otras razas nórdicas de hermoso manto y hechiceros ojos azules. Hoy día es curioso, pero apenas se ve uno de estos ejemplares adulto. Más curioso aún si se tiene en cuenta que estas razas viven con facilidad más de doce o quince años, espectativas de vida que se estiran considerablemente con el bienestar que les procuran sus cuidadores. ¿Dónde han ido todos esos perros? Piensen en lo peor.
Explorando la noche: cada año miles de gatitos pierden la vida
en accidentes. Un gato en libertad apenas sobrevive cuatro años.
Foto: B.R. el Blog de Bernar |
Pero para atrocidades, las que se realizan en felinotecnia superan la imaginación más perversa. El capricho no tiene límites a la hora de deformar genéticamente a los gatos para conseguir ejemplares que pretenden pasar por tiernas mascotas cuando en realidad son desdichados ejemplares con monstruosas malformaciones congénitas obtenidas para exagerar sus rasgos como orejas enormes, falta de pelo, frente excesivamente abombada para dulcificar su expresión, patas demasiado cortas para redondearlos o demasiado largas para destacar su linea delgada. Ninguna raza se libra de felinotécnicos sin escrúpulos que tratan de modificar genéticamente determinados caracteres para adaptarlos a las exigencias que la influyente FIA determina para cada standard racial.
Por no hablar de los que por comodidad extirpan las uñas a sus gatos, cruel práctica hoy día prohibida en casi todo Occidente.
Lo peor son los que tratan de conseguir nuevas razas felinas. Prefiero no pensar en qué le pasa por la cabeza a una persona para manipular así a otro ser. Se han llegado a exhibir grotescas criaturas que nunca debieron ver la luz, producto de una mente enfermiza que ha perdido todo respeto por la Naturaleza y se cree con derecho a alterar su maravillosa armonía: seres sin pelo, paticortos, con orejas descomunales y ojos enormes y redondos más parecidos a un Poto de Madagascar sin pelo que a un verdadero gato. Con bigotes fosforescentes. Antialergénicos. Seres infelices y completamente dependientes de sus colgadísimos cuidadores, tan incapaces de adaptarse al medio ambiente como ellos. Todo este sufrimiento se justifica en obtener razas rentables y bien acogidas por un público degenerado y caprichoso que no dudará en deshacerse del animal cuando se aburra de él.
Imagínense hacer lo mismo con seres humanos. ¿Le acortaría las piernas y brazos a su niño?¿Le agrandaría los ojos y orejas?¿Le parecería estupendo y guay exhibir a un hijo fosforescente ante sus amigos en sus fiestas privadas?
Bien protegida: cuidadora encantada de sus dos maravillosos
mastines. Foto: B.R. el Blog de Bernar
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¿Han visto alguna vez la mirada de ese perro trotando obstinadamente por la carretera? Ya sé que suena a tópico facilón.
¿Sabe cuanta esperanza de vida tiene un gato en libertad? No más de cuatro años los que son salvajes. Uno abandonado apenas sobreviviría unas semanas.
Había pensado muchas veces en ello, indignándome incluso, pero sin tomar partido.
Pero un día yo también lo vi trotando por el arcén de la carretera, incansable y obstinado. Lo tuve enfrente, mirándome fijamente un breve lapso de tiempo; el justo para reconocer a su dueño a través del parabrisas, pensé mientras pasaba raudo a su lado, en una carretera de Burgos. La imagen del perro trotando y la expresión de su mirada nunca las podré olvidar. El reproche, la inocencia rota, la confianza traicionada, la locura y el miedo que emanaban de sus ojos color caramelo. Lo que siente un perro cuando es abandonado es indescriptible para un humano. Es un sufrimiento moral superior a la pérdida de un ser querido, ya que siempre tenemos otros seres amados cerca nuestro. Al abandonar a un perro todo su mundo queda absolutamente destruido y no tiene otras referencias o seres cercanos a quien recurrir. Menos aún arrojado a la Naturaleza hostil y salvaje que no conoce y en la que no sabe desenvolverse en libertad. La situación más aproximada para un humano sería que matasen a toda su familia y le arrojasen en mangas de camisa y descalzo en medio de una contienda militar en un país desconocido, con un cuchillo como única arma. Háganse a la idea.
Por no hablar de los caprichosos que sólo serán capaces de dar su amor a una pobre araña mygale del Brasil, o cualquier especie exótica arrancada de su entorno natural, que tuvo la desgracia de que un degenerado que se llama civilizado a sí mismo, tuviese el antojo de un terrario con bichos curiosos para impresionar en las fiestas de su elegante loft. Cada año son miles los seres víctimas de este tráfico, la mayor parte de los cuales mueren antes de ser entregados, debido a las infrahumanas condiciones en las que son transportados para evitar las aduanas. De los pocos que logran sobrevivir, un buen porcentaje queda con lesiones permanentes o neuróticos sin recuperación posible. Prácticamente el 100% deben recuperarse del viaje durante semanas para poder ser entregados en condiciones presentables a quienes los encargaron.
Podría extenderme durante páginas contando agravio tras agravio cometido al reino animal, pero terminaré afeando la conducta a todos aquellos que buscan sofisticados perros y gatos de pura raza cuando hermosos galgos y Setter están esperando ser adoptados y se regalan preciosos gatitos por camadas. Un animal con pedigree no te va a querer más que uno espurio, mucho más favorecido por la Naturaleza y que además apenas tendrá problemas de salud. Una cosa son las necesidades que un criador profesional pueda tener; para ellos son el Libro de Orígenes y las disposiciones sobre standards raciales. Para los demás, lo que necesitamos en realidad es un animal amado y sano, que nos quiera, nos acompañe y comparta nuestra vida como parte integrada en nuestra familia. Si además es bonito, mejor. Pero no es necesario que sea de purísima raza para todo eso. El verdadero amor a los animales pasa por respetarles y considerar que este es también su mundo y por darnos cuenta de que hacer infeliz a una especie no nos va a hacer más felices a nosotros.