lunes, 9 de junio de 2014

El trillo

Hacia mediados de Agosto, se iniciaba la trilla de las mieses acumuladas  en las heras. Cada familia tenía sus montones de centeno y cebada, almacenados en pisos de gavillas. Algunos conseguían levantar unas torres de mies con un volumen notable, piso tras piso de gavillas, cubiertas por luengos plásticos para evitar el enemigo más temido en época de trilla: una lluvia a destiempo que mojase la mies y por fermentarse esta debido a la humedad, echase a perder la cosecha que tanto trabajo había costado.
Camino de El Duengo. Foto Javier García García. 
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No era fácil cosechar, una dura faena que se hacía a base de brazos y corte de hoz. Pero durante el tiempo de cosecha y trilla, la gran casa de mi abuela parecía una fiesta: llegaban algunos jornaleros que eran contratados todos los años y además se reunía toda la familia que se asociaba para este menester a otras familias. Con mi abuela, trillaba la familia de Cheles que ponía su par de magníficos caballos blancos. En el amplio comedor de la casa, se juntaban todos alrededor de la mesa y el ambiente era bullicioso y animado. Para completar el cuadro, la taberna en la planta baja estaba a tope de clientes al ser el apogeo del veraneo. El jaleo era fenomenal. En la taberna los veraneantes presumían de lo que no eran, con las apariencias que les permitían sus mal ganados salarios en la ciudad, que terminaban en un alto porcentaje en la caja de mi abuela, vino tras vino y cubata tras cubata, y se hacían el chulo todo lo que podían, fumando tabaco rubio, hablando en voz cada vez más alta en proporción al alcohol ingerido, jugándose los cuartos al tute y al subastado, al mus y a los montones. Allí uno entraba obrero y salía presumiendo de jefe de sección, de ahí para arriba.

En el comedor mientras tanto, se hacían planes, se hablaba del reparto en fanegas, de la cantidad y peso del grano en las espigas que daba el cálculo de la cantidad cosechada por hectárea, cálculo que mi padre, que trabajaba de contable en una empresa del Norte y echaba una mano, buen conocedor no sólo del Sistema Métrico, sino de las medidas tradicionales castellanas, hacía de cabeza sin tener que usar lápiz y papel; del día idóneo para trillar la enorme cantidad de mies de las dos familias, de la preocupación por el clima. Corría el vino de La Ribera (que entonces no tenía denominación de origen y era el vino de mesa corriente) y la cerveza con gaseosa, el potaje de garbanzos de cosecha propia, el arroz con algún tordo convertido en tropezones o el sustancioso guiso de patatas con carne de cordero y pimentón cocinado en el fuego bajo; las codornices y perdices cazadas por el infalible Gabino en el monte un par de días antes y pacientemente peladas por las mujeres y los niños, la ensalada fresca con lechugas, cebollas y tomates de la propia huerta y la fruta del tiempo en grandes bandejas. El tabaco negro, los Farias, la copa de brandy 103 y el café de puchero. Y al trabajo de nuevo.
Grandes hayas centenarias en el paraje de Aguas Juntas. Riocabado.

A los niños también nos tenían empleados, había trabajo para todos. Nosotros, nos ocupábamos de subir a la hera de Los Casares litros y litros de cerveza con gaseosa fría para refrescar los resecos gaznates de los que trabajaban en la trilla bajo el duro sol de Agosto. Se suponía que los niños no bebían cerveza pero con gaseosa aquello era otra cosa. Y con aquel calor ¿quién no quería probar? Así que no siempre llegaban enteros los porrones y con frecuencia teníamos que volver rápidamente a reponer lo que nos habíamos bebido nosotros en el trayecto de la taberna a la hera. Bajo el sol implacable, la cerveza El Águila con gaseosa La Revoltosa estaba riquísima, irresistible. Tan buena cosa. No hay nada mejor en verano que un buen porrón bien frío de cerveza o vino con gaseosa, gran invento de la mejor ingeniería española. Ríanse, ni los ingleses, ni los alemanes ni los franceses todos juntos con toda su ciencia, fueron jamás capaces de tener ocurrencia semejante, tan práctica y refrescante, y la prueba es que cuando visitan nuestro país es de las primeras cosas que piden, tal es la fama del invento que no ha encontrado competidor ni sustituto en su larga historia.

Alguna vez, sólo llegó a la hera poco más que la espuma en el porrón, con el consiguiente enfado de los destinatarios del refresco que esperaban sedientos, sudando a chorros, cubiertos de pegajoso tamo, dolorosamente deshidratados ya cerca del mediodía. Las voces y aspavientos eran intimidantes: "Pero chiquitos ¿qué sus habéis creído? que eso no es p'a vosotros, me cago en los chiquitos, que no hacen cosa buena. Si queréis, que os den un jerigüai en la taberna, pero el porrón no se toca, el porrón es p'al que trabaja aquí ¿entendido? pues vamos, hombre, estos chiquitos". Sonaba a nuestro alrededor la algarabía de la bronca mientras esperábamos que pasara la tormenta, poníamos cara de santitos y de no lo hago más, le echábamos la culpa a Josean, el que iba más achispado, que se llevaba un par de tortas por borrachín y por incitarnos al vicio a los demás, y nos hacían ir a por más bebida bien recomendados de no repetir la travesura.
Riocabado con la Sierra de La Demanda al fondo, el pico

San Millán aún nevado y en primer término, el monte Uremen.

La trilla era un gran espectáculo de esfuerzo y polvo, paja brillante como el oro bajo el sol, golpes resonantes de tralla y voces desabridas, conversaciones de las mujeres y carreras de los niños. Se extendía una enorme parva y sobre ella, el trillo tirado por los dos caballos daba vueltas y vueltas hasta completar su acción de cortar la paja y separarla del grano. Esto duraba toda una mañana. Después, se rastrillaba la paja y aparecía el grano bajo ella mezclado con el corte más fino de la paja, el tamo, que había que aventar con bieldos hasta que quedaba un montón de grano limpio. Entonces, con una medida de media fanega, se repartía en serones o en sacos de algodón blanco que se llevaban al molino, salvo una parte que servía de pienso para el ganado. Así, día tras día durante una semana entera, hasta trillar toda la cosecha.

El trillo era un instrumento terrible, tenía el tamaño de una puerta grande, formado por tablones. Su parte delantera estaba curvada como una barca para facilitar su paso a través de la paja y en su parte inferior tenía incrustadas afiladas piedras alineadas y varias sierras de acero que en conjunto hacían eficientemente el trabajo. Con frecuencia, el que dirigía la faena solía estar subido al trillo para darle más peso, dirigiendo el tronco de caballos desde esa inestable posición. A veces, algún niño audaz se subía también, sentado junto al que manejaba, mitad como diversión y mitad para añadir peso, bien agarrado a la argolla central para no caerse y sintiendo la potencia del tiro de caballos arrastrándole como en un trineo sobre la gran parva.
El primigenio paisaje de Riocabado.

Inés, la orgullosa hija mayor de Celestina y el difunto Nazario,  interrumpió su animada charla mientras mantenía un ojo siempre vigilante sobre sus dos hijos. Un viento portador de malos presagios se había levantado, haciendo ondear su pañuelo blanco sobre la cabeza. De pronto, lanzó un grito desesperado llevándose las manos a la cabeza mientras todas las miradas se dirigían a la parva. Oscar, el hijo deseado, el favorecido por los Dioses, el niño más querido del pueblo, había caido bajo el trillo. Le había pasado por encima en toda su longitud de corte. Todos esperaban lo peor mientras rápidamente corrían a rescatar al que suponían gravemente herido, probablemente con horrorosos desgarros producidos por las afiladas cuchillas, tal vez ya muerto, bajo el brillo como de hilos de oro de la parva. La música enloquecida del Mal atronaba la hera mientras todos se afanaban en retirar la dorada paja en desesperada búsqueda del pequeño príncipe.

Otro hijo perdido para Inés, otra desgracia terrible, una más de tantas en aquella familia. La angustia se dibujaba tensa en el hermoso rostro de Inés, su altivo y desafiante perfil de reina de pie contra el cierzo sobre la hera, su pañuelo blanco anudado a la cabeza para sujetar su pelo rubio, tremolando al viento; sus grandes y bellos ojos verdes escudriñaban ávidamente la parva, mientras esperaba que trajeran a su hijo malherido o muerto, en el mejor de los casos marcado con horribles cicatrices para toda su vida.
Riocabado: la iglesia románica y el pueblo de noche. 

Foto: Javier García García. 
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Pero Oscar, sorpresa, se levantó él solito de entre las pajas, alegre y pizpireto como siempre y rascándose la cabeza. Absolutamente ileso, sin el mínimo rasponazo. La espesa paja entre su cuerpo y el trillo le había protegido de los cortes mientras nadaba instintivamente bajo la parva para salir de ella evitando el doble peligro del trillo y los caballos. José "Chelines", hijo de Cheles, el siempre buen amigo, lo alzó ante todos y se lo llevó a Inés que lo abrazó apretándolo contra sus senos generosos; se habló de milagro, muchos se santiguaron y algunos cayeron de rodillas dando gracias al Cielo. No era para menos. Cualquiera no sale indemne de semejante trance. La alegría volvió a la hera, la música del Bien sonaba festiva de nuevo. Y todos sintieron que por una vez, Dios les había favorecido salvando la vida del hijo más querido, del hermoso niño escogido para que todos vieran  que el Señor no les abandonaba y que de alguna manera, salvando a aquel pequeño príncipe, demostraba proteger a los demás pequeños príncipes del pueblo, Que el tiempo de las desgracias e incertidumbres había pasado para que llegase un nuevo tiempo de prosperidad y bienestar. Y así fue, porque desde entonces ningún niño de Riocabado fue nunca víctima de peligros y accidentes. A pesar de la pertinaz afición que teníamos los niños de meternos en toda clase de extrañas situaciones, a cada cual más arriesgada: desde montar a caballo a trepar por los riscos y árboles o incluso andar por los tejados como se nos ocurrió una vez.

El Domingo, Don Virgilio, el modesto cura, mencionó el incidente en su homilía, haciendo acción de gracias por lo que todos consideraban sin duda un milagro o al menos una clara intervención divina. Aquello hizo aumentar aún más la popularidad de los hijos de Inés, descendiente de antiguos reyes, especialmente del agraciado por la Fortuna Oscar. Al primo Josean le daba un poco de envidia tanto protagonismo y no paraba de contar bravuconadas de la capital, donde debía ser poco menos que Robin Hood si era cierto lo que contaba. Al poco, ya nos estábamos peleando. Y así terminó aquel hermosísimo día.




viernes, 2 de mayo de 2014

Barbadillo de Herreros

La Sierra de la Demanda está salpicada por pintorescos pueblos que con frecuencia tienen una sana rivalidad que resulta en una afanosa competencia por conseguir los balcones mejor floridos, las calles más limpias y arregladas, las casas mejor restauradas o las nuevas edificaciones con mejor gusto. Este encomiable esfuerzo convierte a estos pueblos en lugares donde el tiempo queda suspendido, el silencio reconforta los sentidos y llena de paz interior al viajero que sólo tiene que recrear su vista en la belleza natural que se le presenta ante sus ojos, pasear por las pacíficas calles y en suma, disfrutar del encanto genuino que sólo se puede encontrar en estos pueblos de montaña.
Entre ellos, los más cotizados por el turismo son como es natural, los que se asientan en lo más alto de la Sierra, donde se puede sentir un verdadero aislamiento y ese contacto directo con la Naturaleza más salvaje, espléndida y a veces, peligrosa. Son una veintena aproximadamente, de pueblos y aldeas de montaña, las joyas de La Demanda. Hoy, les voy a contar algo del pueblo de al lado del mío, el antiguamente industrioso y emprendedor Barbadillo de Herreros.

Como indica su nombre, es un pueblo que estuvo muy relacionado con la incipiente industria del hierro en La Demanda. Barbadillo tuvo ferrería mucho antes que localidades del País Vasco como Legazpia, que tanto presumen de su tradición industrial. Sin embargo, a pesar de haber sido pioneros, la industria del hierro finalmente no prosperó en Barbadillo como lo hizo en Vizcaya o Guipúzcoa. El hierro de La Demanda, a pesar de existir en abundancia, se encuentra en vetas diseminadas aquí y allá, de manera que su explotación no resultó rentable. Se hicieron numerosas catas, pero jamás se llegó a extraer hierro en La Demanda. A pesar de todo, se hicieron grandes obras de ingeniería, como el célebre ferrocarril minero que hoy es una solicitada vía para bicicletas. Aún se pueden ver las impresionantes rampas de carga previstas para la mina de Gallén en Riocabado. También la bocamina y una vagoneta de la época. Para acabar de arreglar las cosas, la fuerte competencia del Norte, con su hierro de excelente calidad y buen precio,  hizo que resultara poco rentable el negocio y finalmente, las ferrerías de La Demanda cayeron en el abandono y el olvido. El alto horno de Barbadillo de Herreros se apagó para siempre. Aún quedan los restos de su pabellón. Se pueden admirar las instalaciones de la antigua ferrería con su horno de calcinación, restauradas para el turismo, y poco más.

El ferrocarril tuvo una inauguración bastante chusca: al cortarse la cinta tras las debidas bendiciones y aspersiones de agua bendita, la máquina se puso en funcionamiento entre chorros de vapor y pitos de sirena. Al iniciar la marcha con majestuosa lentitud, rumbo a Arlanzón, un vecino se acercó demasiado a aquel prodigio mecánico nunca visto por aquellos lares y quedó atrapado bajo las enormes ruedas motrices. Murió en el acto, como es de suponer. Mal principio tuvo aquello. Parecía que las Furias se hubieran aliado para atraer todas las desgracias posibles contra los emprendedores de la zona.

Barbadillo de Herreros posee también una amplia plaza con una estela del Ayuntamiento de San Sebastián, que tiene ciertos convenios con el pueblo. En esta plaza se encuentra la Casa Consistorial que sorprende por su tamaño y arquitectura. Y es que Barbadillo tenía también su importancia administrativa. Así que se construyó este edificio de tres plantas y sobrado, de severo estilo institucional, con toda la apariencia necesaria para el debido decoro inherente a su función. En su día, también incluía el temible cuartelillo de la Guardia Civil, con sus despachos y sus salas de interrogatorios que tan eficientes debieron ser en aquella dura Posguerra de la que tanto había oído hablar. Entonces, la Benemérita era otra cosa completamente distinta a la que es hoy día, como lo eran todos los cuerpos represivos del recién instaurado Régimen de Franco, que aterrorizaban a la población. Hoy día, en el amplio salón de la planta baja, la juventud local tiene su lugar de reunión, donde hay siempre buen ambiente para el que acuda con ganas de estar entre amigos, con música ambiente y barra bien surtida.

Un día, acompañé a Carlis, el de la Carmen, a este Ayuntamiento, a realizar alguna gestión relacionada con las explotaciones agropecuarias familiares. Lo habitual para todo el que tenía agricultura o ganadería, o ambas cosas, que es a lo que mayormente se suelen dedicar los que habitan todo el año en los pueblos de la zona y es a lo que se dedicaba entonces esta excelente familia. Yo estaba encantado con la idea de visitar el interesante y evocador edificio, con sus gruesos muros castellanos y ese aspecto de película de la Guerra Civil que hacía que uno viajase en el tiempo. Viendo mis intenciones turísticas y para evitar que metiese la pata con mi desparpajo, lo que era harto frecuente que hiciera por aquel entonces, antes de entrar, me advirtió: "aquí respeto, que es un Ayuntamiento ¿eh?".

Subimos la escalinata rumbo a los despachos, pero al llegar a la primera planta, no fuimos directamente al despacho del Secretario, sino que nos desviamos por uno de los pasillos. El siempre prudente Carlis, entonces, me señaló con un ademán de la cabeza una habitación con la puerta abierta y, conocedor de la tendencia irrefrenable a la insolencia de la que solía hacer gala con demasiada frecuencia, me hizo una seña de guardar absoluto silencio poniendo el índice sobre sus labios. Su cara estaba más seria de lo habitual y sus ojos azul claro miraban fijamente los míos, deteniendo cualquier impulso arrebatado que pudiera tener e imponiendo la más absoluta discreción. Algo muy importante quería decirme para ponerse tan misterioso e intrigante.
-¿Qué?- susurré en voz baja de manera que sólo nos oyéramos entre nosotros dos.
-Ahí mataron a tu abuelo.

Por una vez, me callé. Cualquier cosa que hubiera dicho entonces me hubiera sonado como una verdadera estupidez. Y lo hubiera sido. Pasaron unos segundos de silencio como aire helado entre los dos. Finalmente asentí con la cabeza y Carlis, noble como siempre, me dió una palmada amistosa en el hombro. En muchos aspectos, a pesar de su edad, Carlis ya era un hombre.
-Espera aquí si quieres, pero no digas nada a nadie. Si te preguntan, no digas quién eres, dí que me estás esperando-. Y se fue a sus gestiones con el Secretario de turno.

Entré en la habitación que había sido el despacho de interrogatorios donde torturaron hasta la devastación a aquel hombre bueno durante interminables días, tratando de aprehender algún vestigio que hubiese quedado del funesto pasado, por leve que fuera, pero no había nada: ni una silla, ni mesa, ni un retrato, fotografía enmarcada o huella en la pared encalada, ya grisácea. Ni siquiera ningún olor. Hacía frío allí dentro, o quizás me lo pareció. El tiempo se había detenido allí, encerrando para siempre entre el secreto de los gruesos muros de mampostería tanto dolor humano de las personas represaliadas que tuvieron que visitar para su desgracia aquella siniestra habitación. Una habitación que no se usaba ni de almacén, que se mantenía barrida y en estado de pulcritud pero a la que no se le quería dar ningún uso. El sol del verano se colaba entre los portillos entreabiertos, trazando una línea de silenciosa luz en el aire fresco y diáfano de la Sierra.



lunes, 24 de febrero de 2014

La plaga del Speed.

Más de cien mil personas fueron arrasadas durante los años 80 y 90 debido a la plaga de la heroína que campó a sus anchas por las calles de todas las ciudades españolas durante ese período. Entre las sobredosis, el jaco adulterado, las enfermedades por la mala vida y la devastación física que produce su adicción y la aparición del SIDA, toda una generación de jóvenes sucumbió ante este poderoso agente de control social, más o menos permitido por los estados según convenga neutralizar a posibles elementos subversivos, lo que abundaba en esa época, en plena transición a una Democracia que nunca acabó de llegar. Cuando la heroína ahorró suficiente trabajo sucio a la policía, el Estado empezó a intervenir satanizando todo lo que tuviera que ver con ella. La eficacia en esto fue notable y hoy día esta perniciosa droga está prácticamente fuera de circulación.


¿Aprendimos la lección? ¿Formamos tras la mortal debacle una sociedad sin drogas ni adicciones? No. Radicalmente, no.

Foto: B.R. el Blog de Bernar
Y es que está claro que en España no se fomentan esa clase de valores. Aquí es más importante mantener al máximo de población posible en el limbo de la ignorancia, la juerga y la francachela. Y para tanta juerga, hacen falta ingentes cantidades de alcohol y por supuesto, de drogas. Pero sin heroína, por favor, que es muy mala. Como si las demás drogas fueran buenas para algo. En un estado tan corrompido como el nuestro, pronto se encontró un sustituto adecuado que continúa ejerciendo el trabajo sucio del control social y procurando pingües beneficios a miserables que medran a costa del dolor ajeno, nutriéndose del dinero de los salarios duramente ganados, que en un alto porcentaje acaban en sus bolsillos engordando las cuentas de los principales narcotraficantes del mundo y de paso haciendo un buen agujero en el PIB del país. Si el dinero que acaba en manos de los narcos regresara a las manos de quienes no deberían habérselo gastado, no habría crisis, o al menos no la crisis que tenemos montada. En épocas de bonanza, a la heroína la sustituyó rápidamente la cocaína. Pero la cocaína es cara. Había que encontrar el gran estupefaciente barato para todo el mundo e igual de atractivo que la cocaína, con la misma baja percepción de riesgo que entraña su consumo y la misma aceptación social que la glamurosa nieve en polvo sudamericana.

Y entonces, se abrió la válvula a los nuevos traficantes de una nueva droga muy barata de producir y con bajos precios en el mercado: el Speed y la Metanfetamina o MET.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Así hemos llegado a la situación lamentable que encontramos hoy día, con miles, tal vez millones de adictos que recurren a estas variantes de la amfetamina para sobrellevar el vacío existencial de cada día, en una sociedad que no ofrece ni grandes oportunidades laborales, ni buenas alternativas de ocio, ni un tejido cultural bien estructurado, ni una buena educación general.

Tanto el Speed como la Metanfetamina se obtienen a partir de la efedrina o de la pseudoefedrina, sustancias estimulantes naturales extraídas de la efedra, una mata frecuente en los descampados. Estas sustancias base, son componente frecuente en multitud de preparados farmacéuticos que se adquieren sin receta médica. Así que para el fabricante es fácil hacerse con un buen lote de efedrina y pseudoefedrina a muy bajo coste y luego, en la cocina de su casa, con productos de lo más común y un par de cazuelas, realizar la reacción química sencillísima para transformar estas sustancias y precipitar la cristalización de la Metanfetamina. Al fabricante-traficante la producción le sale a un coste tan ridículo que roza lo gratuito. Luego, una vez secada la cristalización, se dispone en papelinas para su venta en la calle a unos 20€ por gramo; mucho más barata que cualquier otra droga, incluyendo el hachís o la marihuana. Es tan fácil de hacer y tan poco perseguida por la policía que miles de adolescentes y no tan adolescentes se han lanzado a este mercado donde se obtienen rápidos beneficios sin prácticamente inversión. De hecho, no hay un aula en Bachillerato o incluso en Educación Superior donde falten un par de trafiquetas. Pero a pesar de su popularidad y de su aceptación social, esta droga no está exenta de peligros. De hecho, es tan devastadora como la heroína o incluso más.

Aparte del deterioro social que supone una adicción hay hechos científicos irrefutables que prueban el terrible deterioro físico que produce una adicción continuada al Speed y la MET. ¿Han visto alguna vez la autopsia de un adicto? Nosotros sí y es algo que no se olvida con facilidad.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Aparte de la descomposición orgánica habitual en toda adicción, como los daños hepáticos, pancreáticos, dentales o musculoesqueléticos, lo realmente llamativo de la autopsia llega cuando se trepana el cráneo y queda el cerebro al descubierto. Es ahí donde mejor se aprecia la devastación física que produce esta droga, cuando se observan las amplias zonas encefálicas convertidas literalmente en una papilla celular, con zonas del tamaño de pelotas de golf completamente diluidas con el aspecto del yogur batido. Quienes llegaron a este estado, pasaron sus últimos meses en estado vegetativo, babeando, incapaces de articular palabra alguna, con su inteligencia reducida a la total idiocia, cagándose y meándose encima, atados a una cama o a una silla de ruedas. Sí, atados a una silla de ruedas: incapaces de sostenerse sentados.

Todos por desgracia conocemos uno o varios casos de personas que se vuelven intratables tras varios meses de consumo más o menos continuado. O personas que dicen vehementemente una tontería tras otra como si fueran indiscutibles dogmas de fé, ya que la sobreestimulación cerebral les hace creerse listos de repente y la mayor simpleza les parece de una profundidad que ni los Diálogos de Platón. Es uno de los efectos más típicos de la Pichu. Esto significa que la droga ya ha producido una lesión cerebral irreversible que si continúa el consumo, sólo empeorará. Si el adicto lo deja en ese punto, ya se habrá condenado a sí mismo a tener que sobrellevar una paranoia o un principio de esquizofrenia más o menos controlable por un psiquiatra. Aún así, habrá frenado a tiempo y con el tratamiento médico adecuado podrá vivir con cierta normalidad. Pero si no se detiene ahí y continúa en su pecado, la droga continuará su trabajo de destrucción neuronal hasta convertir al adicto primero en un verdadero estúpido y finalmente en el despojo humano que
Foto: B.R. el Blog de Bernar
antes describíamos. Y esto por desgracia, es tan frecuente que ya nos parece hasta normal: jóvenes que un buen día montan la de Dios es Cristo en el trabajo, en la escuela o en la familia, llegando incluso a la pelea o peor aún, al asesinato, incapaces de controlar un cerebro que ya actúa por su cuenta desconectado de todo atisbo de sentido común. Muchachas con la libido desbocada por efecto de la droga que buscan sexo con cualquiera y dan rienda suelta a sus más sucias fantasías con desconocidos y luego, cuando recobran la normalidad, se enfrentan a la dura realidad de la vergüenza por los actos cometidos, eso si no han quedado encintas vete a saber de quién. Muchachos que acaban en el suicidio, en la cárcel o en el juzgado con una buena multa y un parte de lesiones a abonar. Padres de familia que creen estar así en la onda juvenil del colegueo y el buen rollito, que llegan a casa asegurando que ven extraterrestres en la Luna o revelaciones por el estilo, cuando en realidad no se dan cuenta de que sus propios hijos los miran, se avergüenzan de ellos y quedan traumatizados, acabando con harta frecuencia en los malos tratos, el divorcio o el extremo que tanto vemos hoy día, de matar a la esposa o a toda la familia en un arrebato, o quemar la casa, la empresa o el monte. El Speed y la MET suelen estar detrás de las altas tasas de maltrato conyugal o familiar que tanto llaman la atención en nuestro civilizado país. También de muchos de los delitos con violencia que proliferan a lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Foto: B.R. el Blog de Bernar

Más llama la atención la escasez de decomisos policiales practicados en relación a esta droga. Parece que queda mejor ante la televisión decomisar grandes alijos de cocaína o hachís y arrasar plantaciones clandestinas de marihuana que iniciar un plan de lucha serio contra esta plaga, mucho más importante que las otras por la facilidad con que se obtiene y fabrica, y por los espectaculares beneficios ilícitos que genera, lo que como antes indicábamos, supone un buen mordisco en el PIB nacional, ya que buena parte de los salarios son tragados por los traficantes, lo que en la práctica es como tirar ese dinero por el desagüe. Para la policía hay que decir que no es una lucha fácil: no se enfrentan a grandes clanes de narcos como es el caso de la cocaína, el hachís o la heroína. Ocurre como con la marihuana, hay cientos de pequeños productores muy difíciles de controlar y aquí es fundamental la colaboración ciudadana y la tolerancia cero ante la aparición de un traficante. Pero la marihuana es un buen ansiolítico, es socialmente tolerable, es fácil tratar su abuso y de hecho, si cada consumidor cultivase su pequeño jardín, desaparecería su tráfico ilegal.

Hay que meterse en la cabeza que el Speed no tiene ni de lejos la inocuidad de la marihuana o el hachís, drogas que en realidad no crean ningún problema social ni hacen peligroso a nadie y en determinadas dosis son hasta beneficiosas y de uso medicinal probado. Si despertamos de nuestro letargo, si nos damos cuenta del peligro social que supone la presencia de un traficante y avisamos a la policía en lugar de tolerarlo pensando que eso no es tan malo como la heroína, estamos haciendo varios favores: al adicto evitando que tenga acceso fácil a la droga, lo que le obligará a abandonar el hábito a tiempo; al traficante que procurará regenerarse a poco inteligente que sea y a la sociedad que somos todos, promocionando unos hábitos saludables y rechazando el Mal en una de sus más perversas variantes. Luchemos contra estas drogas y erradiquemos el Speed y la Metanfetamina de nuestras calles.