Debía ser el año setenta y ocho o nueve, más o menos. Un sábado al mediodía después del paseo mañanero por el mercado esperaba la hora de comer leyendo alguna tontería en el estudio que mi hermano y yo disfrutábamos en casa de mis padres. Un estudio cómodo con una mesa-pupitre de dos plazas con sus coquetas sillas y lámparas de lectura, moqueta verde, sofá... con un amplio ventanal desde el que disfrutábamos de amplias vistas.
Mi hermano entró en aquel momento interrumpiendo, como solía hacer con su desbordada extroversión, mi breve momento de relax.
Traía los ojos inusualmente brillantes y abiertos, y venía canturreando una incomprensible jerga en un ritmo sincopado y extraño. De repente, me miró como embrujado, clavó sus pies en la moqueta con las rodillas muy separadas, alzó un brazo y señalando al cielo exclamó: ¡¡Acheleiiishon!!
El Roc an rol había llegado a nuestra casa.
-¡Ueeeehh, machufirolay aguachú aguarachú guarachei! continuó cantando en aquel idioma nuevo e incomprensible. Yo estaba completamente atónito. Y él de nuevo:
-¡Aacheeleeiiishoon!¡oh peibi alabiu machufirolay! ¡tócame la chorra y después los huevos!¡aguana clous chuyu peibe uacan uou!- y hacía gestos y ademanes que, por lo que de simiesco y primario tenían, sobre todo me recordaban a lo siguiente:
Ocurre entre los chimpas de toda Africa incluyendo Madagascar, también entre babuinos y papiones, pongos y mangabeys; a veces en las largas tardes tropicales, cuando los monos tienen la tripa llena y la satisfacción es general, uno de ellos se sube sobre un tronco caído, piedra grande o cualquier elevación que sirva de improvisado escenario, y ante la general algazara y curiosidad de los demás comienza su espectáculo de saltos, muecas, gestos provocadores (como menear la pelvis, exhibir los genitales, mostrar el ano...), acrobacias y en fin, toda suerte de monerías que el simiesco público recibe con naturalidad y de muy diversa manera, según el numerito sea de su agrado o no. Si les gusta, aplauden y jalean al provocador que sigue con su exhibición hasta que el siguiente en escena o los demás una vez visto el show le echan por cansino. Si por el contrario les aburre, o desagrada o se repite, sin más miramientos le arrojan guijarros y excrementos hasta desalojarle del escenario. ¿Les es familiar esta escena?. A mí se me hace conocida.
Básicamente lo que hacen los grupos de música moderna es eso mismo.
Sólo que el público humano es o más paciente o sin duda más estúpido, pues ante esos arrebatos de ritmo machacón, ruido y gestualidad que llamamos canciones de cuyas letras mayormente no entiende dos palabras, no arroja guijarros, sino que inventa un significado que para él es válido.
Así, vemos corear de esta guisa: -ooolachuyujé oolachuyujá- a un jevi escuchando por ejemplo a los Metallica y lo mismo te suelta que son letras antisistema con todo aplomo y convicción. Esto fue un recurso muy utilizado en los ochentas por los grupos verbeneros que o ignoraban las letras, o las adaptaban al vascuence, con lo que resultaba que muchos creyeron en su día que los temas famosos de John Denver eran de los Egan.
El difunto Hermida, guitarra rítmico en los cutrísimos Onofri, cantaba de esta manera la canción Out of time de los Rolling:
-Peibe, peibe, peibe, ya jarochá, asei peibe peibe peibe ya jarochá...- ante el descojono general. A él le daba igual porque iba hasta las cartolas de caballo y encima creía que aquello era la revolución que siempre soñó. ¿Qué más podía pedir?.
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