A las afueras de Londres se encuentra la elegante residencia real de Hampton Court que tuve la inolvidable ocasión de visitar siendo un muchacho de quince años, durante mi estancia en un curso de inglés intensivo de un mes largo de duración. Una de las actividades sociales eran las excursiones al patrimonio histórico y artístico británico y aquel día estaba programado visitar este imponente palacio de ladrillo rojo inconfundiblemente inglés.
El día era, como suele ser tan común allí, fresco y lluvioso a pesar de que estábamos a mediados de Julio. Un autocar nos trasladó desde Bracknell. Pronto estuvimos correteando por las avenidas y parques del complejo palaciego que cuenta con grandes jardines. En uno de estos jardines me topé con un gran laberinto de esos construidos con setos que me recordó automáticamente a la película de Michael Caine y Laurence Olivier "La huella", así que lo recorrí concienzudamente hasta llegar a su centro y luego vuelta hacia la salida para lo que me llevó su tiempo. El laberinto no es muy grande pero es suficientemente complicado como para entretener un buen rato a cualquiera.
Foto: B.R. el Blog de Bernar |
Luego recorrimos las lujosas estancias del palacio, donde vivió Enrique VIII y llevó a cabo una buena parte de sus fechorías conyugales. En una de estas estancias una alta mujer al fondo de la estancia me llamó la atención. Debía formar parte del grupo aunque yo no había reparado en ella, éramos un grupo numeroso y variopinto. Me miraba fijamente con unos ojos enormes, húmedos y oscuros, extraviados y distantes; así que atraido por esta mirada que parecía llamarme, como así resultó ser, me acerqué a la misteriosa desconocida. Llevaba una colorida y ampulosa bata de un tejido como de tafetán estampado y un pelo rubio muy cardado y permanentado. Pensé que era una hippy o una inglesa de esas excéntricas adineradas medio colgadas. Estaba mortalmente pálida y cuando llegué a su lado me sonrió amablemente. Sostuve su glacial mirada que parecía enfriar el aire a su alrededor.
-I was looking you...You are so special... Don't ever change...lovely...don't...- su voz sonaba tan distante como su mirada. Parecía más un eco lejano que su propia voz.
Me pareció que balbucía palabras, que trataba de decirme algo, pero no conseguía entenderla, mi inglés entonces no era tan bueno. Tímidamente me disculpé y reparé en un pequeño revuelo que se estaba formando en la sala acerca de una repentina bajada de la temperatura. Ciertamente hacía un frío de ultratumba en esa sala y las mujeres se apresuraban a ponerse sus chaquetas de punto mientras comentaban divertidas que estas súbitas bajadas de temperatura suelen indicar la presencia de fantasmas. Cuando me volví a reanudar la conversación ya no estaba. Entre tanto revuelo, mi misteriosa dama se esfumó completamente y no la volví a ver en toda la excursión.
Unos años después vi en televisión una curiosa noticia: las cámaras de seguridad del palacio habían captado lo que al parecer era la imagen de un fantasma: el de la desventurada Catalina Howard, según dijeron los investigadores.
Emitieron el vídeo en cuestión y atónito vi a la mujer alta con el revuelto pelo rubio cardado, la ampulosa bata hinchada por el aire, el rostro pálido de grandes ojos y fina boca, almendrado e inconfundible: era la hippy con la que hablé en Hampton Court.
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