Los ochenta fueron los años dorados de la verbena con grandes bandas que coparon la popularidad y el favor del público antes de ser desplazados por los nuevos ídolos de la música vasca que interpretaban sus propias creaciones. Estas grandes bandas se dedicaban a un género básico del entretenimiento como es el cover o dicho de otra manera, la interpretación de temas musicales famosos en su versión original, o en la versión más popular, como el horterón Himno a la Alegría de los Rainbow que bordaban los fabulosos Nekez.
Para triunfar en este género hay una cosa imprescindible como es ser buen músico profesional, mejor con estudios de música terminados. Otra cosa imprescindible era tener un representante, lo que ahora llamamos mánager, que buscaba los contratos por las comisiones de fiestas de toda España. Fue el lugar donde ganaron mucho dinero algunos de los que en su día terminaban piano o cualquier instrumento y buscaban rentabilizar sus estudios. La calidad del cover, la máxima fidelidad al tema original, era decisivo para captar la atención del público y convencer al representante de que había hecho una buena inversión. He visto por ejemplo, guitarristas que tocaban el difícil solo de "Sultans of Swing" hasta la última corchea sin fallar (el de los Jaiak, buen guitarrista a bordo de su Stratocaster genuina) o meritorios juegos vocales remedando a los gloriosos Queen (evidentemente, los famosos Egan, reyes indiscutibles del género, la banda que más dinero ha ganado en Guipúzcoa). Si en la primera gira la banda se ganaba el favor del público y llenaba plaza tras plaza, el representante conseguía contratos en plazas más importantes y aumentaba el caché sustancialmente. Si los músicos no estaban a la altura de las expectativas, la banda no progresaba y se quedaba tocando en pequeñas fiestas de barrio, como les ocurrió a los tristísimos Gogor, los pobretones Eros o los requetevagos Palmer.
Los más carismáticos se inspiraban en las grandes bandas internacionales del momento. Por ejemplo, Nekez se miraban en Deep Purple; Egan en Crosby, Stills, Nash & Young y los Eagles primero, y finalmente en los Queen; Bries en los Moody Blues y la ELO. Otros no tenían referentes concretos en ningún grupo como los duros Koska, que grabaron un disco, los fascinantes y siempre elegantes Klabelin Komik o los indescriptibles y macarroides Onofri que tenían sus fieles seguidores entre las hordas de la margen izquierda. También hubo algún caso de grupo que primero consiguieron la fama con sus propios temas y después aprovecharon el filón de la verbena institucional tirando de repertorio propio, como los Akelarre. Hoy contaremos cosas de una de las tres principales bandas que junto a Nekez y Egan ocupaban la deseada cima de azúcar del negocio del entretenimiento durante los ochenta.
Damas y caballeros: con ustedes, Los Bries.
Los Bries remedaban la etapa más gloriosa de los Moody Blues: guitarra, bajo, batería, sección de viento y un apabullante set de teclados que daba la forma definitiva a su elaborado y elegante sonido. Fueron los primeros en usar un Mellotron y otros teclados vanguardistas como el Moog y el Yamaha DX7 con los que reproducían con gran fidelidad grandes canciones muy complicadas como la conocida "Rose of Cimarron" de Poco, "Ride my see-saw" o "The voice" de los Moody Blues. También incluían en su repertorio clásicos del glorioso primer rock vasco de los 70, como el famoso "Euskalherri rock and roll" de Niko Etxart o "Asfaltuko lorea" de los Akelarre, y por supuesto, las animosas kalejiras, fandangos y arin-arin de la primera parte del espectáculo.
La banda la formaban José, cantante y además técnico de sonido; Riki, el guitarrista con su Les Paul; también Patxi, el bajista que más tarde se pasó a los Nekez, usaba en los Bries un potente bajo Gibson; Felipe, eficiente baterista a bordo de su elegante Ludwig; Alfonso, el encargado de los múltiples teclados que producían el muro de sonido inconfundible de los Bries y los dos Javis, Arbizu y Larrea, en la sección de viento. Todos eran además buenos cantantes y hacían con fácil naturalidad los complicados coros que el estilo de la época requería.
Precisamente los coros eran una de las especialidades de Bries en la que destacaban sobre todas las demás bandas. No tenían un cantante de voz espectacular a lo Mercury, como los Egan, pero por lo demás andaban sobrados de voces y tenían el set más completo de la escena del momento. Cantaban a seis voces maravillosamente bien. También fueron de los primeros en aislar la mesa de mezclas a distancia del escenario, con una manguera conectora. El técnico de sonido, que empezó como roadie, se llamaba Oscar, un legazpiarra muy popular.
Conquistaron las mejores plazas con su buena calidad y llegaron a repetir más de diez años consecutivos las fiestas del Arenal, en Bilbao. A mediados de los ochenta, renovaron su equipo de sonido, aumentaron la potencia e introdujeron los nuevos sintetizadores digitales recién salidos al mercado en aquella época, aunque Alfonso nunca renunció a su imprescindible y querido Hammond. Continuaron otra década poco más o menos, hasta que con la decadencia del género decidieron dejar la banda aún con el pabellón bien alto y aparcar la mítica furgoneta con el misterioso rostro gigante, logotipo de la banda, pintado en sus flancos en duros trazos a blanco y negro.
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