Si aún no sabe qué hacer el fin de semana siempre puede ir a pasarlo a Burgos, la bella ciudad cabeza de Castilla. Es una excursión cómoda por su cercanía y alojamientos, interesante por su valor cultural y con el tamaño adecuado para disfrutarla en un fin de semana, desde el viernes noche hasta el domingo tarde. Es además un viaje perfecto para hacerlo en invierno, cuando el paisaje castellano adquiere toda su grandiosidad, fuerza y razón de ser. Si le motiva el frío y el silencio espiritual, la majestuosa soledad de Burgos le está esperando.
Apenas dos horas se tardan en coche desde Zumárraga vía Echegárate. El viaje en sí es ya un aliciente con el paso desde el verde y frondoso paisaje guipuzcoano envuelto en brumas al despejado llano alavés, con sus tonos ocres y pardos y su alto cielo ya castellano geográficamente. Vitoria llega pronto y tras pasarla velozmente llegaremos en apenas un cuarto de hora por las amplias carreteras alavesas a Miranda de Ebro, inmediatamente sobre la frontera con el País Vasco. Miranda tiene industria azucarera y un euskaltegi o escuela oficial de vascuence. También es un nudo ferroviario importante y es famosa la valla de varios Km de longitud que corre paralela al terreno del ferrocarril. Al salir de Miranda, divisaremos al fondo del paisaje una cordillera con un tajo abierto en medio de ella como único paso practicable: es Pancorvo.
Al atravesar Pancorvo, verdadera puerta de Castilla ya que no hay otro lugar por el que se puedan atravesar los escarpados montes Obarenes, el aire se vuelve más limpio, más transparente, ese aire netamente castellano que seca el pelo y la piel. También se percibe esa brisa rápida que en Pancorvo sopla con gélida intensidad al atravesar el desfiladero, único paso que la sierra deja al viento hacia el Norte, por lo que el aire al formar un embudo se arremolina allí y por eso en Pancorvo sopla constantemente ese viento cortante inhóspito y hostil, seco y frío que le deja a uno tieso y vuelve huraños a sus habitantes. Nadie se queda mucho tiempo en Pancorvo pero a cambio casi todo el mundo para un rato allí.
Y el silencio castellano tan seco y frío como el aire; espectral e implacable.
Perder un rato paseando a pie por el desfiladero es una buena idea para apreciar la dimensión de los acantilados de piedra gris cortados a pico con paredes de afiladas aristas verticales. Por el fondo discurre un río y apenas hay sitio para la antigua carretera nacional convertida en vía turística alternativa a la autopista mucho más cómoda. Claro que nosotros, como buenos viajeros, seguiremos por la vieja ruta por la que sin duda disfrutaremos el viaje mucho más.
Seguir esta vetusta carretera tiene la compensación del puerto de La Brújula, donde pararemos a almorzar y estirar las piernas un rato. En los años 70, La Brújula era un precioso parador de turismo con mucha categoría. Todos los viajeros interesantes paraban allí. Con los años aquello perdió su buen hacer y el enorme edificio se dividió en tres con la consiguiente merma de calidad. El local perdió todo su encanto y personalidad y hoy día es un conjunto de baretos de carretera chungos como hay miles, con mozos de barra mal encarados, cocinas grasientas, clientes patibularios y camareras feas. Así que almorzaremos en el coche y en todo caso usaremos sólo los servicios del desclasado local.
Tras habernos reído un rato de los de La Brújula tendremos a la noble ciudad de Burgos a la vista. Sobre la estepa áspera azotada por los elementos, Burgos parece flotar como una ciudad medieval encantada. Lo primero que se percibe a mucha distancia del resto es, cómo no, las blancas torres de la catedral que destacan llamativamente sobre el recio paisaje. En la distancia, Burgos se percibe como una gran ciudad llena de oportunidades. De noche centellea como un astro sobre la meseta con sus luces. De día las torres de sus edificios de piedra caliza brillan bajo el sol como el marfil, siendo visibles a muchas leguas de distancia.
En breves minutos estaremos en el dédalo de la nueva circunvalación de la ciudad; es una obra nueva y las fincas sin edificar aparecen organizadas en grandes parcelas de terreno preparado para convertirse en futuras zonas industriales con buenos accesos por carretera. Viniendo desde el Norte, desembocaremos finalmente en la Avenida de Vitoria, por donde entraremos a la ciudad dejando a nuestra izquierda la emblemática Firestone. Los primeros grupos de viviendas aparecen a la vista y en un momento estamos en Gamonal, antiguamente y pueblo hoy día distrito de Burgos, con su antiquísima iglesia de Sta. María, sólida pieza del románico tardío perfectamente conservada, que merece la pena visitar brevemente.
Mi tía vive cerca, pero no vamos a ir a darle la lata a esta buena mujer. Para alojarse, en Burgos hay excelentes hoteles y nosotros habremos reservado convenientemente nuestra habitación en alguno de ellos. Una vez instalados podemos ir a dar un paseo por las calles de la ciudad e incluso podemos visitar alguno de los varios e interesantísimos museos de Burgos; yo especialmente, recomiendo el Museo Militar en la Avenida Vitoria, el Marceliano Santamaría y el nuevo Museo Provincial que ocupa un magnífico edificio renacentista de piedra. Las calles de Burgos son amplias y limpias e invitan a pasear. Además los comercios jalonan los soportales, especialmente en la parte vieja. Hay muchas tiendas de todo tipo y cómo no, las franquicias que se ven en todas las capitales. También hay un Corte Inglés bastante majo que abre los sábados a la tarde así que con tantas tiendas y bares, el centro ciudad es muy bullicioso.
A las horas de comer un hervidero de gente copa los establecimientos de tapeo formándose un denso tumulto, todos al olor de la morcilla y el chorizo, el jamón y los huevos fritos en aceite de oliva, las tablas de ibéricos, el fabuloso queso de oveja de Burgos, las raciones de calamares fritos, las cazuelitas de callos, pulpo a la gallega o estofado de ternera; con tomate, con salsa verde, con champiñones o con pisto; el frenesí palpita especialmente en los alrededores de la Cabaña Arandina y el Mesón Pancho, testas coronadas del tapeo local, pero la riada humana desborda igualmente el casco antiguo inundando todo local que ofrezca comidas.
Así que hay que espabilarse para pillar sitio porque, con tanto pasear, se nos habrá hecho la hora de comer. Nosotros evitaremos esa aglomeración de la parte vieja y nos iremos a comer el menú del día al Menfis, una cafetería-restaurante muy acogedora, en la amplia Avenida de La Libertad. Allí nos atenderá buen servicio y después de reponer fuerzas con unas buenas alubias (que sean de Ibeas) podemos seguir visitando la ciudad.
Para hacer la digestión, nada como un paseo al Castillo que domina Burgos. Los franceses lo dinamitaron y hoy día se está restaurando. Lo poco que se puede visitar ya es impresionante y da una idea de las colosales dimensiones del emplazamiento que durante siglos fue inexpugnable. Las vistas desde allí son por supuesto, magníficas y hay un gran mirador con una rosa de los vientos en el suelo, se recomienda llevar prismáticos. También hay una cafetería con una gran cristalera.
Hasta más o menos las siete de la tarde, las calles están solitarias como la muerte, buen momento para darse una vuelta por otro atractivo de la ciudad como son sus bien nutridas librerías. En el Paseo del Espolón hay dos especialmente seductoras, no dejen de visitarlas. Yo, cada vez que paso por una de ellas, no puedo evitar comprar tres o cuatro libros y alguna revista con el siempre imprescindible Diario de Burgos. Si es Vd. rico y ama los libros, puede pasar por Siloé, especialista en primeras ediciones, facsímiles y casi-originales donde podrá hacerse previo encargo con una copia de ejemplares tales como el Beato de Liébana, libros de Horas famosos, códices miniados, todo a módicos precios desde seis mil euros el ejemplar copiado exactamente con los mismos pigmentos, papel, textura y hasta olor idénticos al original. Ay si yo tuviera dinero.
Mientras vamos al hotel a dejar las compras y descansamos un poco se hará la hora de volver a salir para ir a cenar. Nos ducharemos y vestiremos bien porque saldremos a cenar fuera, hasta el cercano pueblo de Cogollos donde hay un curioso motel donde se encuentra empotrado en cemento el mítico Azor, yate del general Franco, en estado lamentable. Nadie pone obstáculos a que los visitantes paseen a sus anchas por los destartalados restos donde ya no queda nada salvo el propio barco, pura chatarra. No esperen poder llevarse un recuerdo como manillas de puerta, colgadores de pared o cualquier bello objeto náutico, todo fue minuciosamente expoliado en su momento. En realidad el gran atractivo del lugar no es el ruinoso reclamo histórico, sino el magnífico cordero que se asa en los hornos del restaurante adjunto al motel. Además del lechazo, el restaurante es especialista en carnes asadas de calidad como solomillos o enormes chuletones que dejan pequeños a los famosos chuletones guipuzcoanos. También tiene un curioso museo agrícola y un salón de baile que los sábados a la noche organiza fiestas para gente un tanto carroza: divorciados, separados, solterones... si lo desean pueden quedarse un rato, se liga muchísimo y se va directo al grano, o sea, tomamos una copa y vamos a mi casa.
Tal vez después de cenar como señores lo que nos apetezca más bien sea irnos de copas. Volvemos a la ciudad. Al lado de la Catedral está una de las dos zonas de copas principales de Burgos: las Llanas. Son una serie de plazas comunicadas entre sí llenas de bares de copas. Hay mucho ambiente nocturno ya que allí acude toda la ciudad a divertirse de noche. Cuando los locales de Las Llanas cierran, la gente emigra a Las Bernardas donde están los mejores locales de la ciudad y se sirven copas hasta bien entrada la mañana siguiente. Nosotros no haremos tales excesos y nos retiraremos a dormir a una hora razonable. Es lo prudente porque a partir de ciertas horas son frecuentes las reyertas.
El Domingo lo podemos dedicar a ver la Catedral, lo que nos tomará su tiempo. No me voy a explayar en vanas descripciones de un monumento tan conocido, pero sepan que una buena visita les puede tomar varias horas. Recuerden eso sí, que están en un templo católico en uso: guarden el debido decoro tanto en vestimenta como en conducta.
Después de comer podemos terminar el día visitando la fascinante Cartuja de Miraflores, aún habitada por los monjes Cartujos. Ya no está el tenebroso y desasosegante cuadro del Demonio tentando a no sé cual santo. Se puede visitar buena parte del monasterio que encierra valiosas obras de arte y estancias llenas de misterio. Hay quien asegura haber sentido presencias en sus angostos pasillos. La verdad es que quedarse solo allí da cierta prevención.
Hay muchos más lugares de interés: San Pedro de Cardeña, Las Huelgas Reales, Atapuerca, San Lesmes, etc.; los podremos ver en nuestras próximas excursiones porque yo les aseguro que el que visita Burgos una vez, siempre vuelve.