El Ayuntamiento, con exquisita sensibilidad hacia los que utilizamos el paseo del bide gorri, nos inaugura un moderno mingitorio público anexo a las nuevas instalaciones gimnásticas al lado del río, lo que nunca está de más ya que un apretón inoportuno lo tiene cualquiera, más aún paseando o haciendo ejercicio. Tengo que decir que me parece estupendo, con el enmarcado con acero a prueba de vándalos, el diseño cúbico que sugiere un mini-Kursaal del pipí y la pared enyesada donde en caso de urgencia podremos recrear la carátula del "Who's next". De los vándalos nos ocuparemos otro día, hoy les toca a los mingitorios.
A pesar de la modestia de este acto, hacer pipí en un mingitorio municipal tiene un no se qué de aventura y morbo que me hace cosquillas en el estómago. Esos ingeniosos grafitis, esas curiosas calcificaciones que forman las sales de millares de pises meados unos sobre otros a lo largo de años de uso, esos hallazgos fascinantes de restos de vicio y abandono personal que relatan tantas historias inconfesables de los usuarios, esos aromas a chorra rancia que inunda el lugar de "nosotros" y a chumino ahumado que sale del lado de "ellas" que encontramos en estos lugares, nos detienen en el tiempo, de regreso a lugares comunes de oscuros y gratificantes placeres.
Ah. mear, mear, qué gustirrinín. ¡Aaaaaaaahhh!.
En el mingitorio municipal lo mejor es entrar a reventar de ganas y disparar un chorro de pipí a toda presión contra el acero inoxidable sin temor de salpicar el baño de casa. En el mingitorio municipal te puedes vaciar a gusto y sin miramientos exhalando un alegre oh-la-lá de placer infantil y voluptuoso, quedándote satisfecho de verdad. Puedes incluso entrar empalmado dándole al asunto un extra de presión hidráulica y acelerando el placer obtenido hasta un clímax insospechado. Todos los hombres, especialmente los afortunados que poseemos una buena verga, conocemos el intenso placer que produce una buena meada aún sosteniendo la erección, después de un coito prolongado. Incluso muchos hombres prefieren tener relaciones con sus parejas aguantándose las ganas de hacer pis, sabiendo lo que viene después.
Dándole vueltas al tema, pronto llegué a la cuestión histórica de los mingitorios municipales en nuestro pueblo. Recuerdo al menos tres. Luego pusieron el del Zelay-aristi que estuvo hasta la actual remodelación. Fue además el mejor de todos, se notaba que había una empleada cuidándolo permantemente y estaba siempre limpio y fresco.
Había un mingitorio municipal en las escaleras que suben a la cafetería Hiruki, justo en el lugar que ahora ocupa un evocador cisne de bronce. Era el más oscuro, muy frio en invierno, nunca tenía iluminación y hacer pis allí sin luz alguna en las gélidas noches de Enero o Febrero, era casi espeleología. Apestaba a orines rancios y no tenía o no se veía, sanitario de loza; se proyectaba el chorro tenso y humeante rompiendo directo sobre el mármol, cemento, baldosín o lo que fuera la desconocida materia que componía aquello. Además estaba ya tan baqueteado por el tiempo que el suelo estaba levantado y costaba mantener el equilibrio allí dentro sin tocar nada. Siempre estaba concurrido y solía verse un reguero de pipí verdiamarillento que corría hasta la rejilla del arco de entrada a la plaza, arrastrando en su corriente, como barquichuelas a merced de una súbita crecida, cáscaras de pipas y cacahuetes.
Pero nada podía compararse al lúgubre mingitorio municipal de Villarreal de Urrechua, al lado de la antigua peluquería de Babiano, en la esquina del Aldapa. Clausurado a finales de los ochenta, era un clásico del género negro, con cañerías oxidadas, sanitarios mohosos, suelo de cemento encharcado y negruzcas paredes rezumantes de humedad. Un miasma infernal y dolorosamente penetrante se desprendía de aquel lugar siniestro donde ni el zotal conseguía mitigar la permanente infección. Para terminar el cuadro, solía ser el picadero favorito de los yonquis locales que cuando terminaban la faena vaciaban contra la pared los restos sanguinolentos de la jeringuilla. Fuera uno a lo que fuera, no era conveniente ser visto saliendo de allí.
También hubo un mingitorio municipal junto a la casa de Busca Isusi, tras el frontón, en la calle Jai-alai. Era de ladrillo rojo y a pesar de la mugre, el polvo acumulado y las negras telarañas, estaba en mucho mejor estado que los otros, pero no podríamos compararlo con los elegantes mingitorios actuales, llenos de comodidades, junto al aparcamiento subterráneo que por cierto, ya empiezan a padecer la mala educación clásica en nuestro pueblo. Esperemos que el nuevo mingitorio municipal del paseo tenga mejor suerte. Yo ya lo he probado. El otro día eché una de las buenas allí y también una larga meada. Un completo, vamos. Me quedé como un señor. En el mingitorio municipal.